Ciertos sectores del conservadurismo intelectual y dogmatismo ideológico mercantil se refieren a la universidad pública en el Ecuador como centros de instrucción que, como son financiados por el Estado, justifican que estos, tienen el deber de sincronizarse con los cambiantes objetivos de política económica de los gobiernos de turno, autofinanciarse progresivamente, satisfacer las necesidades del mercado de mano de obra y, además, entregar conocimientos frescos al sector empresarial como plataforma de acumulación de riqueza personal. Estos razonamientos circulan socialmente (amplificados adicionalmente en los medios masivos de comunicación) como “razonables” y de “gran valor propositivo”.
Pero en realidad, la actual vigencia de estas ideas, es evidencia de cuanto ha retrocedido la sociedad ecuatoriana en cuanto a valorar el rol de una institución fundamental, como es la universidad pública ecuatoriana como aporte colectivo para encontrar alternativas de cambio y progreso social en nuestro país, realidad que está en contradicción directa con otras instituciones funcionales o con fines de lucro.
En 2002 Joseph Stiglitz -premio Nobel de Economía año 2001-, llega al Ecuador para recibir el Doctorado Honoris Causa que le concedía la Universidad Andina Simón Bolívar, en la conferencia que ofreció sostuvo lo siguiente; “Creo firmemente que, además de perseguir el conocimiento por el conocimiento en sí mismo, las universidades tienen una función significativa en el desarrollo de la democracia. Mejorar nuestro entendimiento del mundo y de todo cuanto nos rodea es la misión central de la universidad.” (Revista del Centro Andino de Estudios Internacionales, Nro.3 – Quito, 2002)
Sin necesariamente compartir sus puntos de vista en teoría económica, hay que destacar el acierto del profesor Stiglitz, en concebir a las universidades como valiosos espacios de reflexión, crítica al poder, búsqueda de la verdad, y generación de nuevos conocimientos.
El ascenso histórico de la vida social que nos ha traído hasta este presente, nos permite entonces afirmar que entender el mundo, explicarlo y luchar para transformarlo es el gran desafío humano.
Desde los albores de las primeras civilizaciones, la inquietud por desarrollar nuevos conocimientos y saber transmitirlos ha elevado la conciencia y el espíritu crítico que han superado concepciones conservadoras y dogmáticas de análisis de la realidad.
Miles de años atrás, a través de su singular escritura, los sumerios nos contaron la Epopeya del rey Gilgamesh, considerada como la primera manifestación literaria humana; se atesoró el conocimiento en grandes depósitos de ideas y conocimientos como la Biblioteca de Alejandría en lo que hoy es Egipto. El esfuerzo humano por derrotar el oscurantismo seguiría su curso en Grecia con el atomismo de Epicuro; la ingeniería y el Derecho Romano; la superioridad de la razón como fuente del conocimiento con el Renacimiento en Europa, hasta llegar a los albores de la revolución industrial del capitalismo y continuar luego con la investigación cuántica y los hallazgos del telescopio James Webb.
En este acontecer, a muchos hombres y mujeres se les arrebató la vida por haber hecho conocer sus nuevos hallazgos y nuevas verdades sobre el mundo, tales son los casos de Hipatia de Alejandría, Giulio Cesare Vanini, Giordano Bruno y Miguel Servet; Galileo Galilei fue acusado de herejía, pero se salvó de milagro y murió de viejo en su casa. Como se puede concluir, no siempre un criterio dominante, elevado a conocimiento oficial, es sinónimo de verdad.
Fue así que el acervo humano del conocimiento se fue volviendo complejo, esto hizo surgir la necesidad de instituciones de formación, de transmisión del saber y generación de nuevos conocimientos; surgen las primeras universidades que se fundan en Europa hacia los años 1.100 y 1.200, muy cercanos a grupos religiosos y políticos cuyo objetivo era formar a los estudiantes en ocupaciones como médicos, burócratas, curas y abogados.
400 años después, los Jesuitas y Dominicos a su llegada al Ecuador, crean las universidades San Gregorio Magno y Santo Tomás de Aquino respectivamente. Con este antecedente el Congreso de Cundinamarca, en 1826 refrenda la Universidad Central de Quito-UCQ, mediante decreto de Simón Bolívar. Y fue en esta UCQ, que los notables de Quito se reunieron para organizar la naciente República del Ecuador. En 1836 Vicente Rocafuerte decreta que se llamaría definitivamente Universidad Central del Ecuador-UCE, pero como es correspondiente suponer, se trataba para la época, de una institución fuertemente clerical y elitista.
La nueva clase dominante criolla de gobiernos liberales y conservadores, que reemplazó a la opresión colonial española, pronto consideró a la universidad como fuente de amenaza a su incipiente “statu quo” de nueva dominación político-económica, fue así que sucesivos gobiernos clausuraron hasta en 8 ocasiones (la última fue en 1970, durante el gobierno de Velasco Ibarra, año en el que fue asesinado también el dirigente estudiantil Milton Reyes) argumentando que “el movimiento de estudiantes se hallaba politizado y que las cátedras se habían convertido en ‘tribuna catequista de principios disolventes’, como señaló a su tiempo Agustín Cueva.”
Hay que mencionar que, como consecuencia de la lucha de estudiantes y profesores, la Revolución Juliana de 1925, protagonizada por la Liga Militar de jóvenes oficiales del ejército, reconoció la autonomía universitaria para todas las IES de la República. En 1966 se decreta una nueva Ley de Educación Superior que estableció la inviolabilidad de sus predios y ratificó su autonomía sin injerencia del poder político de turno para definir sus estatutos y decidir sus programas académicos y administrativos mediante su autogobierno.
Al respecto de las clausuras de la UCE originadas a manos de gobiernos autoritarios, citaremos nuevamente a Stiglitz; “A las universidades se les otorga privilegios especiales como la libertad académica, la libertad de poder hablar y la libertad de criticar al gobierno. No utilizar esta libertad es utilizarla mal. Obviamente, a ningún gobierno le gusta que se le critique y todos los gobiernos tratan de aplicar presión sobre las universidades para no ser cuestionados.” (Ibid)
Actualmente la universidad pública (léase UCE) es una institución silenciada, restringida en su autonomía y condicionada por el poder político de turno mediante la vigencia de un conjunto de leyes y reglamentos, que les otorgan supremacía a entes de control académico y otros que limitan el presupuesto para la educación superior.
Sin temor a equivocarnos podemos sostener que, así como los sectores estratégicos de la economía, las universidades públicas del país y la Universidad Central del Ecuador en particular es un patrimonio nacional y de los pueblos ancestrales. Un legado de generaciones anteriores de estudiantes, docentes y trabajadores, cuyos derechos actuales se inspiraron en las luchas por la reforma universitaria de Córdova-Argentina en 1918, que supuso un salto importante para los latinoamericanos, en la conquista de una educación laica para rescatar a la universidad de la esfera de influencia de la iglesia y de gobiernos autoritarios; “Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclama el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de Ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla” (Manifiesto liminar, 21 de junio de 1918.)
La UCE vive momentos decisivos para su futuro y supervivencia como una institución de educación pública que, de no intervenir sus sectores más lúcidos de docentes, estudiantes y servidores universitarios, expresada en la propuesta amplia del movimiento unitario “Compromiso Universitario”, podría perderse para siempre en confusas nociones de intermediación de mercado que tanto gusta a cierta intelectualidad conservadora, cuando de lo que se trata es de ir hacia un cambio institucional democrático, con valoración del talento humano, ejecución eficiente del presupuesto, con gestión administrativa simplificada articulada a la investigación, la academia, y la vinculación con la sociedad.
- Quién es de izquierda en el Ecuador - agosto 9, 2024
- Homenaje a Jaime Hurtado: un hombre sensible, firme y consecuente - mayo 22, 2024
- Las afirmaciones de M. Aguilar: Panegirismo contradictorio - febrero 13, 2024
Deja una respuesta