Palestina, el color de la sandía

publicado en: Opinión | 0
Tiempo de lectura: 4 minutos

Sangre en las palmeras, sangre en las nubes

la lleva en volandas la voz más alta y más lejana de

la playa. Grita en la noche desierta.

No hay eco en el eco.

Convierte el grito eterno en noticia

rápida que deja de ser noticia cuando

los aviones regresan para bombardear una casa

con dos ventanas y una puerta.

Fragmento del poema La niña y el grito de Mahmud Darwish

 

Asistimos a uno de los momentos más lacerantes que ha atravesado la humanidad, de aquellos que fracturan el alma y dejan ver como la condición humana nunca termina de sorprender, más aún cuando el objetivo es el dominio, el poder, la imposición. Las fisuras que deja la masacre que estamos presenciando en esta etapa de la historia nos muestra a los más vulnerables de la sociedad: niños, ancianos, mujeres, personas hospitalizadas experimentando sobre su ser el peso de un sistema político, económico y social que cosifica al ser humano, que decide entre lo que es normal y lo que es diferente, donde tienen más valor las cosas que la vida. El simbolismo de niños, mujeres, ancianos nos remite a la memoria, a la preservación, a la esperanza, a la consecución. Apropiarse de sus vidas y exterminarlas es también terminar con la cultura, con la identidad, con un espacio geográfico legalmente propio, con la fortaleza perenne a la que asiste la construcción de un camino con lazos afectivos sostenidos por el derecho a la pertenencia, a la identidad. De allí que el joven periodista palestino Mahmoud Mushtaha mencione en un testimonio “En Gaza no hay vida, no hay sueños, no hay futuro y no hay amor, pero no nos iremos de aquí”.

El espíritu de dominación se presenta en esta masacre como el triunfo de lo siniestro, donde sobresale la inhumanidad. En este contexto se desprenden dos vertientes, la primera es el hecho de apropiarse de la vida del otro y provocar su muerte de forma violenta. Mientras que la segunda se manifiesta a través de la difusión de imágenes que si bien en un principio se presentan como una forma de mostrar al mundo lo que ocurre desde la enunciación de quienes sufren, luego, se propagan, hasta convertirse en meros instrumentos de consumo. Las fotografías de niños asesinados si bien en un inicio apelan a la sensibilidad, luego se tornan en material para alimentar a los medios de comunicación, pues su difusión no inmuta a quienes debería sacudir: a los grupos de poder que generan estas desgarradoras escenas de asesinatos, pero pueden hacer mella en una sociedad que corre el riesgo de desensibilizarse ante la saturación de imágenes.

Es evidente que la intención política de las potencias que propician estas escenas que parecen cuadros sacados de lo más turbio de la humanidad, es cumplir una agenda donde la vida queda en el último plano, más aún cuando esta vida es la del diferente, la del otro. Ya Edwad Said, intelectual y activista palestino mencionó en su obra Entre dos mundos, como la mirada de occidente había construido su identidad: “A veces me daba cuenta de que me había convertido en una criatura peculiar para muchos, incluso algunos amigos, que suponían que ser palestino equivalía a ser algo mítico como el unicornio o una variante desahuciada del ser humano”. Esta construcción de la identidad que se pronuncia desde el eurocentrismo, se convierte también en una alarma para los países que somos considerados el sur global, pues si bien nuestra historia ya da cuenta de la devastación que padecimos a propósito de su concepto de raza y civilización, esto no nos exime de que pudiésemos volver a experimentar la sombra del dolor y de la muerte que traen consigo.

Investigaciones realizadas por el periodista Richard Medhurst reparan en que esta masacre obedece a que Estados Unidos y Europa intentan desarticular la unión estratégica de China, Rusia, Irán e Irak en la construcción de un proyecto entendido como una renovada Ruta de la Seda y que estaría vinculado a través del acceso ferroviario. A esta intención se uniría Siria para tener un alcance marítimo por el Mar Mediterráneo. Este proyecto constituiría el futuro de la economía y de la política del mundo, idea que hace tambalear a la hegemonía occidental. Dentro de este contexto también está el dominio que ejercen los Estados Unidos e Israel en la venta de gas y petróleo, pues usando estrategias macabras como invasiones o bloqueos acabaron con la competencia que significan países como Rusia, Irán, Siria, Líbano e incluso Gaza que tiene un yacimiento de gas inexplotado. La intención de Estados Unidos es apropiarse de esos productos y convertirse junto con Israel en los únicos abastecedores en Europa.

Tanto la reactivación de la Ruta de la Seda como el petróleo han hecho tambalear al poder hegemónico de occidente, que se resiste a perder el control que ejerce en el mundo. Una estrategia para revertir lo que siente como una amenaza ha sido que Israel con el apoyo de Estados Unidos salga a escena con más violencia de la acostumbrada para lacerar a la humanidad con estas heridas que no podrán cicatrizar y que van trazando nuevas e insólitas formas de odio, que se manifiestan como genocidio, devastación de la identidad, ultraje de los símbolos. Ya en 1967, Israel prohibió que la Bandera Palestina flameara en Cisjordania y Gaza, medida que se mantuvo por 26 años, durante este tiempo y como un acto de resistencia, los palestinos usaron la sandía como un símbolo de identidad y lucha, debido a la similitud de esta fruta con su bandera. En estos aciagos momentos se espera que la Palestina devastada de hoy refresque a la humanidad como lo hace la sandía en momentos de sed con el cuerpo deshidratado, donde no solamente lo sacia sino que le brinda un adicional dulzor que lo llena de energía. Hoy sentimos sed de razón, pero más aún de que prevalezca el corazón sobre esta. Pensar desde el corazón como la propuesta que surge desde las Epistemologías del Sur para romper con el paradigma impuesto por el poder hegemónico occidental, un paradigma marcado por la tragedia, el terror, la apropiación de la vida ajena y la invasión de un espacio personal como la muerte hasta despojarla de su dignidad.

Glenda Viñamagua
Últimas entradas de Glenda Viñamagua (ver todo)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *