La historia de la humanidad está íntimamente ligada a las migraciones. Desde las antiguas sociedades nómadas, aún el instinto de supervivencia es el motor de los éxodos contemporáneos.
En pleno siglo XXI, millones de seres humanos huyen de las hambrunas y la pobreza, del cambio climático o desastres naturales, de las guerras y los conflictos civiles. Esas son las principales razones que les obligan a abandonar sus países de origen, muchas veces en condiciones de desplazamientos forzados.
En el Ecuador se registran períodos de migraciones internas y emigraciones. Las primeras se relacionan con los distintos booms económicos (cacaotero, cafetero, bananero y petrolero) que promovieron procesos de urbanización y de movilidad desde la serranía al litoral; en tanto, las segundas reflejan las consecuencias de las crisis económicas cíclicas que sacudieron al país.
Sólo los migrantes víctimas del feriado bancario, entre el año 1999 y 2007, suman alrededor de un millón de personas que encontraron en Europa, particularmente en España e Italia, y América del Norte su destino. El Estado aún no evalúa, ni repara, las consecuencias sociales de ese volumen de desplazados, pero respira gracias a las millonarias remesas enviadas que dinamizan el consumo y el mercado inmobiliario.
Un nuevo período de emigraciones tiene lugar. Es consecuencia de una nueva crisis que se profundizó con la pandemia, es fruto del desempleo y la reducción alarmante de ingresos. En lo que va del año 2021, alrededor de 200 ecuatorianos diariamente son detenidos y deportados por la patrulla fronteriza estadounidense, hay decenas de desaparecidos y muertos, se denuncian que existen mujeres y niños abusados sexualmente; mientras las mafias del coyoterismo y la usura lavan más de mil millones de dólares en el sistema financiero nacional.
En la reciente Asamblea General de la ONU, el presidente Lasso erróneamente planteó que la migración es la concreción de la integración regional sustentada en la apertura a los mercados internacionales, al parecer obvia el drama humano de mexicanos y centroamericanos que, a pesar de tener un Tratado de Libre Comercio con la potencia norteamericana, siguen saltando el muro y arriesgando su vida.
La solución es garantizar trabajo y salarios dignos, pues si el banquero insiste en precarizarlos seguirá la ola migratoria.
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