No es 1984 ni tampoco son los tanques de la Policía rodeando – por disposición del expresidente Febres-Cordero – la Corte Suprema de Justicia para evitar que los jueces no alineados a su partido asuman la magistratura. ¡No! Es 2020 y son las camionetas del Municipio de Guayaquil que por orden de la alcaldesa socialcristiana, Cinthia Viteri, bloquearon la pista del aeropuerto José Joaquín Olmedo para evitar que un avión de la compañía Iberia y otro de KLM, con 11 tripulantes, aterrice y lleve consigo a cientos de ciudadanos holandeses y españoles a sus países de residencia, pese a contar con los permisos del Estado ecuatoriano. Ese mismo Estado del cual todos somos parte, incluida la alcaldesa.
En #Ecuador, Autoridades del Municipio de #Guayaquil disponen que unidades invadan la pista del aeropuerto para evitar el aterrizaje de un avión de #Iberia. La sospecha es que venía con pasajeros, cuando el Gobierno ha dicho que los vuelos venían vacíos. pic.twitter.com/D1IMZ9PnZX
— CrudaRealidad (@CrudaRealidadEc) March 18, 2020
¿Desde qué ámbito de la racionalidad se podría justificar esta flagrante violación a los derechos humanos de los ciudadanos extranjeros y el acto violento de irrumpir en el aeropuerto y bloquear su pista de aterrizaje?
En su intento desesperado por visibilizar acciones “firmes” frente a la crisis sanitaria que atraviesa Guayaquil, la ciudad con el mayor número de infectados del país por el COVID19 (más de una centena). Viteri intentó que digiramos con sumo interés de espectador de programa de farándula su melodrama de dos días en redes sociales (18 y 19 de marzo). Pero también la alcaldesa quiso que asimilemos con naturalidad la estupidez de sus actos.
Melodrama y estupidez en armonía como manifestación de la prepotencia heredada por sus dos antecesores – amantes de la autonomía con sabor a separatismo – y también como expresión desesperada de quien no los ha podido suplir ni administrativa ni políticamente en el “Sillón del Olmedo”.
Ha Viteri, no se le puede reprochar el no pretender calcar con su gestualidad y lingüística el atiborrado repertorio discursivo y el performance del “modelo exitoso”, al cual adhiere una dosis del feminismo burgués acuñado en Mocolí y una pisca de show politiquero. Su presencia en la rueda de prensa virtual el 18 de marzo y su mensaje en Twitter un día después informando que fue contagiada de COVID19, dan cuenta de un intento desesperado por espectacularizar la crisis sanitaria con la creación prefabricada de aquella figura materna que busca a toda costa precautelar la vida de los guayaquileños.
Pero la “buena madre”, “la envalentonada protectora de Guayaquil” (y frustrada dueña del país), la que hizo público un llamado que podía ser privado a sus “pequeños”; no es más que un elemento ficcional de la política que irrumpe en el escenario mediático para que los ciudadanos dentro y fuera de las barriadas porteñas rumeen con credulidad todo aquello que exacerba un sentimiento de “guayaquileñidad”, desagregado de todo sentido nacional y que demuestra, en la práctica, cómo opera una urbe con aires de república independiente.
Es lamentable que Viteri esté infectada con el COVID19. Pero esto no la debe eximir de la justicia nacional e internacional, no solo por irrumpir en el aeropuerto, violar su seguridad operacional y bloquearlo con bienes de la municipalidad (obviando a la autoridad del Estado); sino por impedir el libre tránsito humanitario en momentos catastróficos como los de una pandemia que sigue sumando muertes en todo el mundo.
La mala fama ganada por la alcaldesa Viteri ya se regó en Europa y sus consecuencias luego de la crisis podrían decantar en la pérdida del certificado operacional del aeropuerto José Joaquín Olmedo, la baja del turismo y la reducción de la capacidad de oferta y demanda de los vuelos internacionales.
El contraste entre lo ocurrido el 18 de marzo en Guayaquil y el 19 de marzo en Lima es abrumador. En la capital peruana cuatro aviones aterrizaron sin problema para repatriar a cientos de ciudadanos israelitas a su país de origen. Esto es una bofetada internacional y humanitaria al autoritarismo tercermundista que gobierna el Puerto Principal como a una mansión de El Cortijo o Mocolí.
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