El mal de ojo
En casi todas las regiones del Ecuador existe la creencia y la superstición de que cuando una persona envidiosa mira a un bebé, a un niño e incluso a un adulto, de manera insistente, o alaban su belleza de manera hipócrita, los mirados son objeto de un ‘ojeo’ o mal de ojo.
Quien es ‘ojeado’ presenta fiebre, lagrimeo, topsis parpebral (caída del párpado), vómito, diarrea, deshidratación malestar en general y pérdida de apetito. Empieza con un dolor en el ombligo y cada día que pasa se pone más delgado (mal de ojo seco), a veces puede suceder que brotan granos y hasta puede morir si el enfermo no es llevado a tiempo donde el shamán o el curandero porque la medicina científica, no puede curar ésta dolencia.
El diagnóstico se lo hace por medio de la limpieza con un huevo de gallo y gallina de campo, si es cascarón verde mejor. Se pone el huevo previamente frotado en el cuerpo del enfermo en un vaso de agua: si la persona está ojeada, se ve un ojo blanco y una especie de venosidades hacia arriba. El huevo se entierra para que no pase ese mal a otras personas.
Para curar el mal de ojo, se echa al enfermo, agua de colonia haciendo la señal de la cruz debajo de las orejas, en la frente y el ombligo. Si es adulto, se utiliza plantas que crecen en el monte o en los páramos andinos: ortiga, santamaría, altamiza, chilca, ruda, etc, además de aguardiente puro de caña que se sopla sobre el cuerpo, luego se frota agua florida y se da una buena sobada con las plantas medicinales sobre el cuerpo desnudo.
Si el doliente es un wawa o un niño, y no hay un curandero, basta con que la persona que haga la limpia tenga un carácter fuerte; entonces, procederá a fregar el cuerpo con flores, de ser posible floripondio, rosas y claveles rojos. Al finalizar, lo padres del enfermo harán un aporte económico voluntario, pues sólo así el remedio surtirá efecto. Los desechos vegetales deberán ser arrojados en un río, acequia o en una intersección de calles de cuatro esquinas.
Como prevención, para que no caiga el mal de ojo, por costumbre, en el Ecuador, los padres de todas las clases sociales, sin importar creencia religiosa, lo visten con ropa roja y siempre calzan un maqui (pulsera) o una diadema roja, y se le hace cargar una barba de chivo en una bolsita para que tenga suerte.
El mal aire
En la región andina, es muy frecuente la presencia de una enfermedad que la tradición oral de nuestros pueblos conoce como “mal aire”. Las causas son diversas. Puede ocurrir cuando uno va a un velorio y ha recibido una mala energía del cadáver o visita un cementerio sin persignarse, también cuando se ha estado cerca de una persona en estado muy grave que ya va a morir.
Suele ser producido por un espíritu maligno que ataca a las personas cuando salen a la calle en las horas malas: 6 pm y 12 am, o sí pasa por caminos estrechos, quebradas, casa abandonadas o bien sí la víctima ha estado cerca de un perro negro en celo.
Una de las principales causas que produce el mal aire, es el espíritu de algún difunto que requiere algo de la persona que se enferma, por ejemplo si es que el muerto le ha hecho una maldad y no ha sido perdonado, es probable que sí se le aparece en una visión, padezca este mal.
En la costa ecuatoriana se acostumbra rezar nueve días seguidos para que el alma no esté en pena. El último día, cuando se saca el espíritu del muerto de la casa donde vivió, no hay que ponerse en la puerta ni en la ventana, sino en un lugar por donde el muerto no salga, por eso se apagan las luces para que no reconozca a las personas y no se los lleve consigo. Otra causa puede ser por cambio de clima, cuando uno salta de la cama a la madrugada y sale a la intemperie y recibe el aire del viento frío.
Se conocen dos tipos de mal aire: el normal y el entripado. Los síntomas son vómito, diarrea, malestar general, dolor del cuerpo, ojos hundidos, dolor de cabeza, a veces se le tuerce la boca al enfermo (parálisis facial) y tiene mal aliento. El mal aire entripado se reconoce por los fuertes dolores de las tripas, del estómago, acompañados de decaimiento, mareo, escalofrío y fiebre, las orejas se le ponen bien blandas y solo quiere pasar durmiendo.
Hay varias formas de curar este mal. Una es que en el caso de un infante, con el cinturón del padre se le da despacio en el cuerpo del niño, si es de noche se lanza el cinturón fuera de la casa hasta el otro día y se le frota ají haciendo la señal de la cruz, luego se lo quema en el fogón.
Se cura también con hierbas como: flor amarilla, ruda, boloncillo, pedorrera, paico, ortiga y chilca con trago alcanforado, agua florida, limón y clorocetina y se le da a tomar jugo de limón con sulfatiasol; si después de 24 horas sigue mal, se le hace un lavado con aguita de llantén.
Se recomienda ir al curandero para que proceda a hacerle una limpia, no sin antes soplarle aguardiente y humo de tabaco, si la escoba o monte de chivo se vuelve negra es porque tiene mal aire fuerte. Luego de la cura se manda a la persona a acostarse para que sude y con ese sudor botará el mal. La recuperación dura tres días, luego de los cuales sanará.
Para prevenir el mal aire del niño, se lo lleva al cementerio y se lo hace dormir con la misma ropa hasta el otro día; también se debe llevar como amuleto una funda con ajo al cuello y una medallita con el retrato de la Virgen María o de algún santo de la devoción. Se advierte no auto medicarse pues el enfermo corre el riesgo de morir.
El mal de espanto
Una de las creencias populares del Ecuador es el llamado mal de espanto o enfermedad de las ánimas. Afecta a niños y adultos aunque es más frecuente que los primeros estén más dispuestos a esta dolencia. Generalmente ocurre cuando se ha tenido una mala impresión, una alteración nerviosa, cuando se estuvo a punto de ahogarse o cuando un espíritu maléfico ha sido visualizado por la víctima. Se dice que los wawas tiernos, los niños y los perros tienen la sensibilidad más afinada y por tanto pueden distinguir a una alma en pena o presentir que alguien va a morir y está “recogiendo sus pasos”.
Estos espíritus preferentemente habitan casas abandonadas, o viven en matas de espinas añejas. En tiempo de difuntos (2 de Noviembre), las personas no pueden salir de sus casas pasadas las doce de la noche, porque es la hora en que los espíritus de los muertos salen a recorrer las calles llevando látigos para azotar a las personas que encuentran.
Hay dos variantes del espanto: el de agua que es cuando un niño cae a una acequia, éste es mortal porque el espíritu se va en el agua, y el seco debido a un espanto imprevisto por un ruido maligno. Los síntomas son: temperatura alta, disentería, vómito, falta de apetito, enflaquecimiento y el niño, terrores nocturnos (se despierta gritando y llorando a media noche) anda como asustado, temeroso de todo, decaído, no se halla seguro en ningún lugar, se pueden presentar fobias a animales como las cucarachas y los alacranes.
La curación de este mal puede ser hecha por una persona de edad que tenga carácter fuerte, la cual procederá a recoger flores blancas y rojas como claveles, rosas, floripondios, malvas, así como ruda, santamaría, chilca, altamisa, sauco, etc. Se hace humiar con inciensos dulces la habitación donde está el enfermo. Se procede a desvestirlo y se frota con colonia, éter y las hierbas sobre todo el cuerpo diciendo: “viernes y martes, que salga el espanto, “shugshi, shugshi, shugshi”, luego se señala en la frente, las palmas de las manos, los pies y el corazón con una cresta de un gallo previamente sacrificado, la cual se colgará al cuello del niño, procediéndose a vestir al niño con ropa roja. Al terminar, se retribuirá económicamente y voluntariamente al shamán, el cual será el encargado de tirar en una acequia o en un río los restos de la curación no sin antes haber hecho escupir sobre ellos al enfermo por tres ocasiones.
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