Manifestaciones del Fascismo en el contexto académico-universitario

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La existencia del fascismo no solo debe ser analizada desde el punto de vista de lo que implicó la imposición de un Estado corporativo de terror, de tipo militar y guerrerista, por parte del capital financiero internacional, sino también de lo que implicó su concepción ideológica, que buscó sustentos a nivel académico.

Y es evidente que, como dice la profesora argentina Olga Cossettini, una de las finalidades que tuvo la educación en el nazi-fascismo, por ejemplo, fue “suprimir al hombre para crear al súbdito”. En este sentido, las alternativas para los niños y jóvenes alemanes solo eran dos: sumisión o destrucción.

En estos dos términos podría resumirse la concepción fascista. Someter a todos y destruir a quien se le oponga.

“La dominación es siempre la imposición de una voluntad superior a una voluntad más débil. ¿Que cómo hago para imponer mi voluntad al adversario? Empiezo por paralizar y quebrar su voluntad. Lo perturbo y lo conduzco a dudar de sí mismo (…) La masa no es manejable sino cuando está fanatizada. Una masa que permanece apática y amorfa es el mayor peligro para una comunidad política. Agito al pueblo y lo trabajo hasta hacer de él una sola masa”, manifiesta Adolf Hitler en su libro: “Mi lucha”.

Y precisamente ese proceso de volver fanáticos a los alemanes, los relató un profesor de educación física chileno que viajó a ese país en julio de 1939, en pleno florecimiento del régimen fascista. Él estuvo en un plantel de educación inicial, o como los llamaban entonces: Kindergarten, en el que vio instalaciones de primera categoría, con niños que jugaban a la guerra, en el patio, con su profesora. La profesora azuzaba a los niños advirtiéndoles que detrás de los árboles estarían los franceses… ¡No! No eran los franceses, eran los monstruos rusos, los monstruos comunistas. Y ordenaba: ¡matadlos a todos!, y los niños, frenéticos, blandían sus fusiles y espadas de madera contra los imaginarios enemigos, luego de lo cual contabilizaban a los muertos: 20 mil, 40 mil… cien mil… Así se evidenciaba la aplicación del currículo fascista.

Como dice la famosa “Carta de la Escuela” italiana, suscrita por Giusseppe Bottai, Ministro de Educación del régimen de Mussolini: “La Escuela fascista, por virtud del estudio, concebido como formación de madurez, realiza el principio de una cultura del pueblo, inspirada en los eternos valores de la raza italiana y de su vitalidad; y lo inserta, por virtud del trabajo, en la concreta actividad de los oficios, de las artes, de las profesiones, de las ciencias y de las armas”.

La línea era forjar una juventud recia, violenta y criminal:

“Mi pedagogía es dura; trabajo con el martillo y desecho cuánto hay de débil y de carcomido. Haremos crecer una juventud ante la cual el mundo temblará: una juventud violenta, imperiosa, intrépida, cruel. Así es como la quiero. Quiero que tenga la fuerza y la belleza de las jóvenes fieras”, decía Hitler.

Según datos que recoge la historia, nueve de cada diez jóvenes alemanes formaban parte de las estructuras paramilitares, de corte criminal, formadas por el fascismo. El reclutamiento y adoctrinamiento empezaba muy temprano. Niños de 10 a 14 años eran incorporados a la rama infantil, el Deutsches Jungvolk (DJ), que desembocaba naturalmente en las Juventudes Hitlerianas (JH), que fue la única organización juvenil permitida, a partir de 1936. Hasta diciembre de ese año, se calcula que casi cinco millones y medio de jóvenes formaban parte de ella, luego de la cual, eran dirigidos directamente al Partido Nazi, al Frente Alemán del Trabajo, a las tropas de asalto o a las SS (principal organización militar, policial y de seguridad del Reich), o al servicio en las Waffen-SS (cuerpo de combate de élite de las SS) y la Wehrmacht (Ejército).

Llegar a esta situación tan extrema que significa el fascismo, solo es posible si, como afirmaba Dimitrov, confluyen dos factores: la debilidad del movimiento revolucionario de derrotar a sus enemigos de clase para implantar un nuevo sistema, y la debilidad de la propia burguesía, que no encuentra ya salidas en la democracia liberal para acentuar su explotación a la clase obrera y detener la crisis, y adopta el terror de Estado para enfrentar el riesgo de la rebelión de las clases populares.

El fascismo no caerá por sí solo, afirmaba el dirigente comunista, es responsabilidad de los revolucionarios, del proletariado y su partido, confrontarlo y derrotarlo, no solo militarmente, sino también en el plano ideológico. Y la derrota al ejército nazi fue, precisamente, una de las monumentales obras que llevaron adelante los revolucionarios rusos.

 

¿Cómo era la universidad fascista?

La universidad fascista se caracterizó, entre otras cosas, por un rígido control del profesorado, tanto en lo referente a sus posiciones ideológicas como a su actividad docente y científica. Para conseguirlo, se impulsaron procesos de depuración política de los cuerpos docentes, procesos que no tuvieron una simple función represiva, sino que constituyeron un instrumento esencial y necesario para el desarrollo de los planes que los regímenes fascistas aplicaron en sus respectivas universidades.

La historia atribuye al filósofo Givanni Gentile, ministro del régimen fascista en Italia, la concepción que estuvo detrás de la reforma en la universidad durante el régimen de Benito Mussolini, y que en general se reprodujo en los otros países del eje fascista.

Un primer aspecto de esta reforma era la necesaria elitización de la universidad. Para Gentile la universidad no llegaría a ser de excelencia si seguía recibiendo libremente a estudiantes, por lo que endureció la posibilidad de acceso de los bachilleres a la educación superior.

En general, al fascismo le estorbaba el pensamiento crítico, de modo que no podía permitir que se masificara el derecho a la formación de tercer nivel. Trabajó en una reforma curricular que clasificaba arbitrariamente a las instituciones, con el fin de controlarlas por la vía del flujo de recursos económicos.

La reforma Gentile (…) procedió a clasificarlas en tres categorías. En la primera (A) se situaron las 10 universidades de mayor prestigio y tradición, a las que se les otorgaba plena financiación por parte del Estado y el derecho a mantener todas las facultades (derecho, filosofía, medicina y ciencias matemáticas y naturales). En la categoría B quedaban las demás universidades públicas, a cuya financiación a partir de ese momento el Estado contribuiría sólo parcialmente, viéndose obligadas, por tanto, a buscar patrocinadores entre las corporaciones públicas (administración local, por ejemplo) o las entidades privadas; estas universidades podrían tener tantas facultades como fuesen capaces de financiar. En el grupo C, finalmente, quedaban las llamadas «universidades libres», a cuya financiación no contribuía el Estado. La razón de esta clasificación hay que buscarla en el convencimiento de Gentile de que en Italia había un número excesivo de universidades, que estaban generando una cantidad exagerada de licenciados. Para eludir la impopularidad del cierre de alguna de ellas, Gentile optó por esta vía que, pensaba, llevaría a la asfixia financiera y la consiguiente desaparición de más de una” (Morente, 2005, Pág. 184).

El nuevo currículo hacía impracticable el principio de la libertad de cátedra, pues se intensificaron los mecanismos de control a los docentes. Se prohibió expresamente la libertad de debate político en las universidades, se buscó, progresivamente, ir llenando las aulas de docentes adeptos al régimen.

A nivel estudiantil, además de toda esa estructura de formación que se había mencionado, se agrupaba a los jóvenes en una organización estudiantil, bajo la lógica del Estado corporativo, para movilizarlos por los objetivos políticos del régimen.

Aquí planteamos entonces la pregunta: ¿No les recuerda todo esto a ciertos aspectos de la reforma universitaria impulsada por el correísmo en Ecuador, durante la década pasada?

Para empezar, en la denominada “revolución ciudadana” se impuso la Ley Orgánica de Educación Superior, que básicamente eliminó la autonomía universitaria, bajo el concepto de que ésta debía ser “responsable”. Creó una institucionalidad rectora del sistema de educación superior que evaluaba punitivamente a las universidades, clasificándolas por categorías A, B y C, en función de las cuales se les asignaba recursos financieros para su funcionamiento: exactamente igual que la reforma Gentile. La idea en el fondo era la misma que el fascismo italiano: existían demasiadas universidades. Nuestra UTC, por ejemplo, estaba demás, según el criterio de los tecnócratas del Senescyt. Aquí, al pueblo de esta provincia lo máximo que le correspondía era la formación tecnológica en carreras agropecuarias, que podían darla institutos que el mismo régimen creó. Quien quería estudiar a nivel superior otro tipo de carreras, debían ir a Ambato o a Quito. La división territorial del país en regiones servía de sustento para afirmar que en cada región solo debía haber una universidad de alto nivel, las demás que pudieran sobrevivir debían dedicarse a formar en carreras consideradas de menor importancia.

Por otro lado, el proceso de evaluación y su consecuente categorización, tenía un claro direccionamiento político. Lo vivimos en la UTC con la imposición de una comisión interventora, que funcionaba como una especie de “santa inquisición” a nivel académico y político, y que pretendió una purga completa del profesorado que era adversario del régimen. De hecho despidieron, de un plumazo, a decenas de profesores, intentando con ello debilitar políticamente a nuestra institución, y crear vacantes para que accedan las cuotas del partido de gobierno. La resistencia inteligente y firme; la unidad férrea de los utecinos impidió que estos propósitos se cumplan. Salimos victoriosos. El correísmo no nos pudo derrotar.

El sistema de admisión también tuvo en el fondo concepciones parecidas a la reforma de Gentile. Alrededor de un millón de jóvenes quedaron fuera de su derecho a acceder a la educación superior. Los jóvenes fueron quizá el sector más fuertemente golpeado durante la década de opresión correísta: se los encerró en verdaderos centros reclusorios en los colegios, con vigilancia electrónica, con inspectores que parecían cumplir roles de guías penitenciarios. Se les prohibió todo tipo de reflexión o debate político, bajo el criterio de que ellos solo debían cumplir su función de estudiar, no de pensar, y se legisló en ese sentido. Se reprimió con saña los intentos de rebelión de muchas jóvenes de instituciones educativas con trayectoria de lucha en el país.

Tanto los estudiantes, como los trabajadores, autoridades y docentes fuimos sometidos a una represión política intensa. Se burocratizó el trabajo académico: obligándonos a presentar documento tras documento y de esta manera mantenernos ocupados y permanentemente vigilados, para acallar nuestra voz de protesta, pero no lo lograron, porque se demostró unión de todos los universitarios ante este golpe, que terminó en derrota para el correísmo.

Hay que decir, sin embargo, que esa estructura estatal y ese ejercicio de poder del correísmo, creó ideológicamente, unas condiciones adversas en las masas, de las que aún no hemos podido salir del todo: el inmovilismo, por ejemplo, el miedo que aún persiste en muchos compañeros universitarios, y rasgos de un anticomunismo promovido desde el Estado de manera sistemática.

A nivel institucional, también quedaron prácticas prepotentes en cada pequeño micropoder del sistema educativo, empezando por los organismos rectores de la educación superior, y continuando en el aula, del docente hacia el estudiante, de los directores a sus docentes, de los decanos a los directores, y así sucesivamente. Un pulso que nos permite ver todo esto son las últimas denuncias de acoso sexual por parte de ciertos profesores que heredaron esas prácticas de ejercicio prepotente del poder de la década pasada, e incluso entre las mismas masas juveniles de estudiantes, se evidencian aún, en redes sociales, los discursos racistas, sexistas, machistas, homofóbicos, xenofóbicos, fundamentalistas religiosos, regionalistas, inferioristas, segregacionistas, etc., todos los cuales encierran un nivel de autoritarismo y/o hegemonismo y/o fascismo. Estas expresiones corresponden a la etapa actual de desarrollo del capitalismo, sistema que nos ha llevado a una crisis global y, de maneta específica, a las lacras que nos dejó la década pasada, de la que hemos empezado a salir los pueblos del Ecuador.

Aquella experiencia que los universitarios vivimos a causa de un gobierno reaccionario, prepotente y corrupto, que se asumía como académico, como la encarnación de la intelligentsia, ha servido como aprendizaje para llegar a hacernos una idea de lo que podría llegar a ser un régimen fascista, y para comprender ese PPP su génesis.

 

Muchas gracias.

 

Referencias:

Morente, Francisco (2005). La universidad fascista y la universidad franquista en perspectiva comparada. Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija, 8 (2005), pp. 179-214.

Cossettini, O. (2006). Pedagogía de la perversidad, Santa Fe: Irice.

Notas docentes del extranjero. La carta de la escuela en Italia. Revista nacional de educación. Madrid, 1942, n. 20; p. 63-76.

Antón, J. (30-oct-2016). La factoría de los cachorros nazis. El País semanal. 00:05CEST. Recuperado de:  https://elpais.com/elpais/2016/10/30/eps/1477778806_147777.html

 

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