La poética de Marcelo Andocilla o
“El latido de una arritmia colectiva”
Duele ser piedra,
y no ser pan o sol
Palpitan, en sus moléculas,
que condensan el infinito,
las migajas del tiempo.
O golpes de olas de mar,
cruzando cimas y simas,
girando y estallando
En un parpadeo de milenios…
Del poeta, militante de izquierda y médico, en suma del ser humano sensible Marcelo Andocilla, podríamos afirmar que su poética final es sentenciosa, sintética, imbuida de lo telúrico y a la vez contundente a nivel social; emana desde el profundo del ser humano en su constante lucha para constituir lo que el recordado poeta Rafael Larrea Insuasti nos invitará a celebrar en los legendarios setentas que “Nuestra vida”, pero a la vez, aportar todas las luchas de “aquella humanidad que asciende”. En efecto, su vida profesional de médico, docente y militante político desde su juventud lo atestiguan, pero cada vez más se evidenció en la figura de aquel ser sentencioso y reflexivamente iluminado, asumiendo cuando vio más cercana su partida, el amor solidario y colectivo, todo lo cual se visualiza tangible y transparente en este su último libro inédito y ahora póstumo, compilación de un conjunto de poesías reunidas por sus familiares y compañeros de militancia.
En Andocilla como poeta, la pregunta que talvez quiso siempre resolver fue el cómo hacer confluir una visión del mundo futuro optimista, frente a la situación cada vez más gris y caótica en la que nos encontramos, usando como bisturí de observación una sensibilidad singular y una ética de su profesión humanista que por el mismo hecho de ser sapiente en su campo, prefiguraba cercano su proceso y estadío de fin de ciclo y, sabiendo que su final terreno terminaba debido a su convicción materialista, despertó en él un espíritu filosófico pero siempre colectivo y trascendente.
Como un colibrí,
que va tras una cometa,
acaricias el viento
y retienes una migaja de luz
entre tus ojos.
Dice el poeta y agrega esperanzado:
Solo la multitud alumbra:
un gigante con los puños apretados.
Puesto que era necesario para su espíritu optismista, hablar al mismo tiempo, de lo ha sido la historia de la humanidad y lo que hoy atisbamos a comprender en su estadío trágico e imperfecto; debía solventarse soñando en un tiempo futuro optimista, en un bienestar promisorio de vida colectiva y en comunidad, cuando se rebasen aquellas:
Calles rebosantes de inconformidad.
Pero a la vez:
Las miradas ardiendo
En la luz multitudinaria de banderas.
UNA POÉTICA DEL ETERNO RETORNO DEL SER Y DE LA NATURALEZA
Poesía sentenciosa y a la vez filosófica y dialéctica la de Marcel Andocilla, cuando por ejemplo el tema de la ciclicidad del tiempo que nunca se repite, puedan abarcar la niñez, la juventud y la vejez de un ser humano retratado cotidianamente sentando en un sencillo parque urbano, pero demostrando a través de la alegoría, cómo un hecho insignificante puede personificar el movimiento, el ritmo y el aprendizaje de toda una vida fundidos en una brizna de tiempo:
Un Heráclito jubilado, sin su río, miraba sentado en el parque,
Por enésima ocasión, sin ser él.
En la vertiente terrestre de esa “ciclicidad” que nos devora, anclado y asombrado por la destrucción transnacional de nuestros hábitats hasta hace algunas décadas aún prístinos y naturales, lo poético, lo geográfico y lo telúrico se funden en sus textos asumiendo como muchos otros ecuatoriales en su momento, la defensa de la biodiversidad del Yasuní, denunciando como una árbol milenario pueda sucumbir ante el embate del poder transnacional y nacional de turno, bajo el único propósito del usufructo de nuestra biodiversidad ancestral en una coyuntura de poder. Entonces el médico de humanos se vuelve también sensible ante las plantas, los árboles, los felinos y reptiles, que terminarán siendo sacrificados, haciendo de su voz poética una denuncia directa, más no panfletaria, que interpela y defiende la vida, en toda su amplia diversidad.
En las cimas de la sombra de tu perfil volcánico.
Del jaguar y su descenso sagrado o de la anaconda que
[se expande mística.
Miles de ojos se miran y miran: la selva con sus múltiples
[ojos mira y se mira.
Todos, llenos de vida, se apresuran a la muerte.
¿Cuánto morirá aún sin haber nacido, tras la emboscada?
Sin embargo, la Tierra Gaia, GEA, Allpa Mama, o como la queramos llamar, ajusticiada por sus propios hijos, talvez ya ha muerto y ha renacido cientos de veces antes y aquella singularidad el poeta lo describe así:
Sin embargo, en la vastedad del tiempo volverán algún
[día, en tierrarenacida,
Sin vanidad, bellas; valientes y feroces sin insolencia,
Y tal vez, solo tal vez, nosotros también
Volvamos, tras un nuevo carbonífero.
Entonces lo telúrico y geográfico rebasa la noción de lo local o nacional para volverse universal, condición sine qua non de toda poética trascendente, desprovista de fines coyunturales, utilitarios y oportunistas, puesto que sin considerar ninguna separación entre biosfera y litósfera todo tiene vida, vibra y palpita para el poeta sensible y él sabe que cada golpe que a ella le atinamos será un golpe contra nosotros mismos. Entonces el canto es también cosmogónico, el poeta observa el movimiento de caos y el orden universales como fuerzas de movimiento, en donde el ser humano es testigo de un evento o de una catástrofe que pudiera llegar en cualquier instante.
CANTO A LA LITÓSFERA UNIVERSAL
Un meteorito penetra
en el ojo abisal del universo sin fondo,
como un negro molusco cae en el océano
levantando lenguas de la noche
Encendiendo himnos de revueltas urbanas,
apuntando al cielo como atómicas ojivas;
otras caen, monumentales,
en el día doloroso de un parto tectónico.
Así también, nuevas mitogonías constituyen licencias que crea el poeta que centellea y se funde con la interconexión entre vida, planeta y sociedad y, puesto que somos palimpsestos, pieles, pueblos, razas y culturas yuxtapuestas, aunque en nuestra ilusión de separarlo todo, pretendamos alejarnos de la cosmogonía primordial,
Señor de las aguas,
dios de los ríos y su sangre tumultuosa,
cíclope de las secretas tinieblas
desde los tiempos de las osamentas
y los muros cuarteados:
un humano te garabatea en aullido
para justificar su animal presencia
bajo la luna.
La prosopopeya permite a los elementos primordiales, verbigracia el aire, para apostar por imágenes que resuelvan la interconexión necesaria y sensible entre lo humano, lo telúrico y la naturaleza insurrecta:
…
hay que oír en su silencio el murmullo:
Susurra la voz del aire.
la pausa, la duda que precede a la palabra.
En ocasiones, el asombro ante lo mágico andino se vuelve a veces epigramático y recoge en un episodio poético una historia de siglos; una epifanía se dispara desde el corazón del ser asombrado hacia lo alto de la montaña tutelar; la historia cercana y la historia mítica se vuelven una, al fusionar los hechos reales con las entidades meteorológicas veneradas por los andinos de la antigüedad:
Macchu Picchu
Muchísimos milenios, en milenios
De relámpagos enardecidos, atropellándose.
Se acurrucaron entre la sombra, en el dintel
De un despeñadero del tiempo.
O en este otro poema también a las entidades del clima:
Tormenta
Relámpagos, con sus navajazos de rayos
Penetran en el tiempo, entre siglos y sus óxidos.
Asedio
El tiempo pasa
Y en esta batalla de jinete apocalíptico
Devasta la ciudad y sus muros.
Viene en la noche con suspiros relámpagos
Y su caudal de muertos
Saliendo de abismales y oscuros mundos.
Y lo telúrico andino se funde con el amor humano y el diálogo con el otro, la otredad y aquella otra edad cuando éramos realmente comunidades sincronizadas con un fin y con un renacimiento inminente:
Se viene cerca el infierno: disolvente éter de benceno
Hidrargirio, azogue, alquitrán… emanan mefíticos,
Mercurio circulando por las venas de la selva
Todo lo que muere regresa, los encendidos insectos y sus
[huéspedes pequeños
Del jaguar y su descenso sagrado o de la anaconda que
[se expande mística.
EL IMAGINARIO URBANO
En complemento a la poética de lo telúrico, los elementos meteorológicos y la naturaleza, aparece el medio urbano y sus imaginarios, con pobladores bullendo de vida y reivindicaciones, pleno de banderas y de utopías,
La ciudad devorada
Por años de fantasmas,
Cierra la luz
Para abrir sus ojos multitudinarios.
Ahí tus ojos, a las seis de la tarde
Como lianas de rostros ahuyentadas de un sueño,
Arrancados de una noche en su inmenso bostezo;
Ojos de agua, sedientos de luz
Tu piel es límite
La raya geográfica
El lindero de la topografía astral
De tu ciudad nocturna
De tu íntimo campo de batalla.
Mi piel es camino:
De los barrancos y los valles
De las laderas y cañadas
De los humedales bosques
Y de los lagos
De las quebradas de gemidos
Que recorren, en alto riesgo, tu piel.
Nadie volvió a tus senderos, por segunda vez,
sin cambiar sus historias.
Seremos otros, los que no son ahora,
tal como fuimos, sin serlo, serán.
UNA SUTIL POÉTICA DEL ADVENIMIENTO Y VISITA DE LA MUERTE
Presiento
en tu pequeña presencia.
En el reflejo de tus ambarinos ojos,
precipitarse el fin,
Dice quizás a su nieto el poeta, pues el fin se acerca y él lo presiente:
El muerto que tenía dentro el poeta, se arropa y recoge sus escombros.
Marcelo Andocilla, seguramente vislumbró una mañana que llegaba la presencia de aquella entidad etérea a la que comúnmente llamamos muerte, pero el ser vivo energético y en movimiento que él tenía dentro, le inducían a seguir creando, aunque supiera que se aproximaba un fin…
La muerte enamorada
Y así, viajeros espaciales vimos las nubes
que parecían pañuelos
o pájaros descuartizados, árboles o corderos
Si, por un resplandor de momento, estuvimos aquí.
Reventando haces de luz en la invasión del alba.
En la sonrisa escondida de la luna,
Y volveremos a ser truenos, pirámides, estrellas,
Envueltos entre consignas luminosas e insomnes
De aquellas épocas clandestinas y audaces
Cuando alistábamos el día, en la noche
Preparando barricadas y quebrando montañas, reclamando vida,
tras íntima muerte.
Con agujeros de olvido
Que se clavan como astillas
En las costillas de los recuerdos.
Empieza el día.
Saludando con los acróbatas que desvelan su corazón
Volando entre los sueños de quienes no duermen por puro amor
O de los que nunca duermen, por dormir a palos,
Porque en “el sueño de amor de los otros”, en el no olvido a los ya ausentes, tenemos al humano poeta que a través de sus textos a veces dolorosos pero necesarios en el ciclo vital del cosmos, aún continúa omnipresente la vida y el recuerdo del que es parte; sin embargo la muerte singular vista por el poeta se vive y se resuelve en plural, puesto que siempre será el amor social el que nos permita volver a ser otra vez la tierra en donde:
Han crecido nuevos pendones, otros escudos, nuevas
[guarniciones
Para encender los caminos que transiten nuestros vivos
[y retornen nuestros muertos.
Así vendrán a compartir la más inmensa de las palabras,
[la más brillante,
La palabra Vida.
Y solo entonces:
Volveremos a ser playa donde termine y comience
[el nuevo oleaje…
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