En varias ocasiones se me ha hecho tener presente la idea de que no bailo bien. ¿Y con base a qué se calificaba mi incapacidad para bailar bien? Con base a estereotipos. Soy negra y no bailo tan bien como se supone que una negra debe bailar. Negra falseta, me han dicho, en son de broma. En algún punto me llegué a apropiar de ello para reconocer que no fui favorecida con el don del swing. Hoy abordo ese calificativo para examinarlo más a fondo. Ya he escrito anteriormente sobre qué significa ser negra. Esta vez quiero escribir sobre qué tan negra se puede ser.
Crecí a la par de la existencia de mujeres negras validadas mediáticamente como atractivas. La mayoría tienen una característica similar: cuerpos calificados como voluptuosos. La industria mediática se alimenta de la exposición sexual de los cuerpos de las mujeres en general, pero como ahora yo quiero escribir sobre lo que particularmente me atraviesa, me parece importante señalar una situación que he observado con las mujeres negras en la industria mediática: esa, la exposición de sus cuerpos, es prácticamente la principal forma en la que han sido validadas estéticamente en la industria mediática pop(ular).
Por un lado, existen nociones sistemáticas que asocian a la negritud con la fealdad. Por otro lado, a pesar de que se han diversificado las nociones sistemáticas de la belleza, existe un estereotipo concreto que gira en torno a los cuerpos femeninos negros validados como atractivos. Para ejemplificar pensemos en Beyoncé. O en Rihanna. Las menciono a ellas porque las entiendo ampliamente validadas como atractivas, pero no puedo dejar pasar inadvertido que mencionarlas me genera una necesidad de escribir sobre el colorismo que las beneficia. Sin embargo, eso lo dejaré para otro texto, pues este de aquí trata sobre algo distinto. Ahora, más bien, me siento en la necesidad de aclarar que lo escrito no debe traducirse en una crítica a mujeres como las mencionadas. De pretender hacer una crítica sobre lo escrito, la misma recaería en el sistema que las puede estar obligando a exponer sexualmente sus cuerpos, y lo escribo en cursivas porque también existe otra lectura necesaria sobre esto: la exposición de la sexualidad de las mujeres negras a través de su libre y voluntaria disposición muchas veces constituye un ejercicio de apropiación de su humanidad, la cual ha sido negada especialmente a cuerpos femeninos negros, tomando en cuenta que, por mucho tiempo, en la categoría de «mujer» (humana) no entrábamos las mujeres negras, pues nuestros cuerpos estaban pensados para la esclavización, animalización y cosificación. De hecho, hasta la actualidad la feminidad de las mujeres negras, a más rasgos racializados tienen, más cuestionada tiende a ser.
Pero ahora sí, a lo que vine: ¿Las negras verdaderas son las que saben bailar bien y las que tienen cuerpos calificados como voluptuosos? ¿Hay negras más negras que otras? ¿Cómo se mide la negritud?
Entendiendo a la raza como una construcción sociopolítica, no tiene cabida alguna la idea de que existe algo como la «pureza racial». Pretender medir la negritud con base a estereotipos de lo que se piensa que es ser negra es racismo. Las personas negras somos negras por cómo somos socializadas frente a la sociedad. En este punto pienso en las personas denominadas mulatas y se me hace indispensable abordar el mulataje. El mulataje es un proyecto colonial, así como lo es el mestizaje (aunque ambos operan con diferencias que no voy a tratar en este texto). Como proyecto colonial que es, la idea del mulataje implica una dilución de la negritud. Esto no significa que las personas atravesadas por la birracialidad seamos todas producto de un intento de blanqueamiento racial. Yo no puedo, por respeto a mí misma, dar cabida a discursos separatistas raciales y reduccionistas como ese. Cuando me refiero al mulataje como proyecto colonial y, por tanto, racista y eugenésico, me refiero, primero a la etimología con la que se concibió el término «mulata»; segundo, a las violaciones sexuales ejercidas sobre los cuerpos de mujeres negras; y, tercero a la búsqueda de reducir o suprimir la negritud, lo cual no ocurre en las relaciones interraciales alejadas de la intención de concebir hijas menos negras; o más blancas; o lavaditas, como dicen aquí. Vamos, para que «no haya pierde»: no ocurre en las relaciones alejadas de la intención de mejorar la raza. Sin embargo, este último motivo expuesto no debe ser considerado como una forma de ver al mulataje como un acercamiento directo a lo blanco: la mulata, desde la visión colonial, sigue siendo negra, solo que bendecida con un poco menos de negritud y, por tanto, con algo de humanidad.
Entonces no: no hay una sola forma de ser negra, aun cuando los estereotipos insistan en lo contrario. No hay una forma de medir la negritud. No hay forma de ser más o menos negra. La pureza racial es un mito. Las mujeres negras somos diversas y nuestra categoría de identificación sociopolítica no debe asimilarnos como una masa homogénea. No hay negra falseta. Negra soy. Y de verdad.
Referencia bibliográfica
Oyěwùmí, O. (1997). La invención de las mujeres. Obtenido de https://ayalaboratorio.files.wordpress.com/2019/06/a-invencao-das-mulheres-oyc3a8ronke-oyewumi.pdf
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