Evocando la creación del gran poema: Boletín y elegia de las mitas de Cesar Dávila Andrade
Este mes de Septiembre se cumplen 60 años en que el poema Boletín y Elegía de las Mitas escrito por el hoy exánime poeta ecuatoriano nacido en Cuenca el año 1918 ganara el Segundo Premio en el Concurso de Poesía Ismael Pérez Pazmiño realizado en Setiembre de 1959 del cual se dice que uno de los jurados le arrebató el Primer Premio por mezquindad.
El desenvolvimiento histórico de <Boletín y Elegía de las Mitas> ha superado con creces tal torcido dictamen pues ha sido llevado a diversos escenarios debido a la sensibilidad y fuerza desprendidas de la evocación de la genocida acción de los colonizadores españoles y sus órdenes religiosas contra los pueblos originarios de esta región de Indo América.
La orquesta sinfónica de Cuenca sirvió de fondo para una interpretación coreográfica que insertó danza, música y poética logrando un resultado apasionante y arrollador tal cual ha sido descrito y lo hemos recogido. Este poema basado en una investigación histórica llevada a cabo por Dávila Andrade en busca de sus y nuestras raíces, entre ellas de la obra del maestro Aquiles Pérez: Las Mitas en el Reino de Quito es transmutado en una obra poética cuyas rasgaduras muestran como los hechos insólitos, brutales, criminales, cometidos por los españoles contra los pueblos indígenas durante los quinientos años de dominación colonial acribillaron la sensibilidad y conciencia del gran poeta cuencano quien las eclosiona en una versificación terrible, alucinante si el lector deja a la simple narrativa histórica los hechos ocurridos durante la Colonia española; y es que desde una profunda sensibilidad popular Dávila Andrade recoge duros y vívidos momentos de la vida de nuestros pueblos originarios que estremecen el espíritu y la razón.
Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ladña,
Andres Chabla, Isidro Guamancela, Pablo Pumacuri,
Marcos Lema, Gaspar Tomayco, Sebastián Caxicondor.
Nací y agonicé en Chorlavi, Chamanal, Tanlagua,
Nieblí.
Sí, mucho agonicé en Chisingue,
Naxiche, Guambayna, Poaló, Cotopilaló.
Sudor de Sangre tuve en Caxají, Quinchiriná,
en Cicalpa, Licto y Conrogal.
Padecí todo el Cristo de mi raza en Tixán, en Saucay,
en Molleturo, Cojitambo, en Tovavela y Zhoray.
Añadí así, más blancura y dolor a la Cruz que trujeron mis verdugos.
Nieblí, agonicé en Chisingué, Padecí todo el Cristo de mi raza en Tixan Añadí más blancura y dolor a la Cruz que trajeron mis verdugos: El poema te introduce de manera doliente y natural a esos momentos generando dolor y rabia. El poeta está contigo y con nuestros antepasados, con nuestros sufridos ancestros generando angustia, odio, frente a los fuetazos de los antiguos miserables colonizadores. Tal la fuerza vital, histórica y sufriente de esta magna obra.
Y vuestro Teniente y Justicia Mayor
José de Uribe: «Te ordeno». Y yo,
con los otros indios, llevabámosle a todo pedir,
de casa en casa, para sus paseos en hamaca.
Mientras mujeres nuestras, con hijas, mitayas,
a barrer, carmenar, a texer a escardar;
a hilar, a lamer platos de barro -nuestra hechura-,
Y a yacer con Viracochas,
nuestras flores de dos muslos,
para traer al mestizo y verdugo venidero.
Mientras mujeres nuestras, con hijas mitayas, a barrer, carmenar, a texer, a hilar, a lamer platos de barro –nuestra hechura- y a yacer con Viracochas nuestras flores de dos muslos para traer al mestizo y verdugo venidero.
Jamás se ha vuelto a producir un documento tan abarrotado de vida y crujiente dolor en la historia de la poética latinoamericana como el rasgado por Dávila Andrade cuando seguramente crujían por dentro sus entrañas, sus vísceras caudales, afectadas profundamente por el hiriente fuego que le tocó sentir, agraviado como pueblo americano, al volcar transgresoramente esos versos volcánicos de iras, crujientes espasmos de dolor, ante los malditos opresores.
Entre lavadoras de platos, barrenderas, hierbateras,
a una, llamada Dulita, cayósele una escudilla de barro,
y cayósele, ay, a cien pedazos.
Y vino el mestizo Juan Ruíz, de tanto odio para nosotros
por retorcido de sangre.
A la cocina llevóle pateándole nalgas, y ella, sin llorar,
ni una lágrima. Pero dijo una palabra suya y nuestra: Carajú
Sin paga, sin maíz, sin runa-mora,
Ya sin hambre de puro no comer;
solo calavera, llorando granizo viejo por mejillas,
llegué trayendo frutos de la yunga.
A cuatro semanas de ayuno.
Recibiéronme: Mi hija partida en dos por Alférez Quintanilla,
Mujer, de conviviente de él. Dos hijos muertos a látigo.
Oh, Pachacámac, y yo, a la vida.
Así morí.
Y de tanto dolor, a siete cielos,
por sesenta soles, oh, Pachacámac,
mujer pariendo mi hijo, le torcí los brazos.
Ella, dulce ya de tanto aborto, dijo:
«Quiebra maqui de guagua; no quiero que sirva
Que sirva de mitayo a Viracochas».
Quebré.
Tanto dolor y sangre heredado de antaño nos proveen de dolencia y justificado rencor para volcar al presente aquella hiriente herencia que justifica nuestros levantamientos libertarios.
Pero, salí. Oh, sol reventado por mi madre!
Te miré en mis ojos de cautivo.
Lloré agua de sol en punta de pestañas.
Y te mire, Oh Pachacámac, muerto,
en los brazos que ahora hacen esquina
de madera y de clavos a otro Dios.
Pero salí. No reconocía ya mi Patria.
Desde la negrura, volví hacia el azul.
Quitumbe de alma y sol, llore de alegría.
Volvíamos. Nunca he vuelto solo
Entre cuevas de Cumbe, ya en goteras de Cuenca,
Encontré vivo de luna el cadáver
De Pedro Axitimbay, mi hermano.
Vile mucho. Mucho vile, y le encontré el pecho.
Era un hueso plano. Era un espejo. Me incliné.
Me miré, pestañeando. Y me reconocí. Yo, era él mismo!
Y dije:
Oh Pachacámac, Señor del Universo!
Oh Chambo, Mulaló, Sibambe, Tomebamba;
Guangara de Don Nuño Valderrama.
Adios. Pachacámac, Adiós. Rinimi. No te olvido!
XI
A ti, Rodrigo Núñez de Bonilla.
Pedro Martín Montanero, Alonso de Bastidas,
Sancho de la Carrera, hijo. Diego Sandoval.
Mi odio. Mi justicia.
A ti Rodrigo Darcos, dueño de tantas minas,
de tantas vidas de curicamayos.
Tus lavaderos del Río Santa Bárbola.
Minas de Ama Virgen del Rosario en Cañaribamba.
Minas del gran cerro de Malal, junto al río helado.
Minas de Zaruma; minas de Catacocha. Minas!
Gran buscador de riquezas, diablo de oro.
Chupador de sangre y lágrimas del Indio!
Que cientos de noches cuidé tus acequias, por leguas
para moler tu oro,
en tu mortero de ocho martillos y tres fuelles.
Oro para ti. Oro para tus mujeres. Oro para tus reyes.
Oro para mi muerte. Oro!
XII
Pero un día volví. Y ahora vuelvo!
Ahora soy Santiago Agag, Roque Buestende,
Mateo Comaguara, Esteban Chuquitaype, Pablo Duchinanchay,
Gregario Guartatana, Francisco Nati-Canar, Bartolome Dumbay!
Y ahora, toda esta Tierra es mía.
Desde Llaguagua hasta Burgay;
desde Irubí hasta el Buerán;
desde Guaslán, hasta Punsara, pasando por Biblián.
Y es mía para adentro, como mujer en la noche
Y es mía para arriba hasta más allá del gavilán.
Vuelvo, Álzome!
Levántome después del Tercer Siglo, de entre los muertos!
con los muertos, vengo!
La Tumba India se retuerce con todas sus caderas
sus mamas y sus vientres.
La Gran Tumba se enarca y se levanta
después del Tercer Siglo, dentre las lomas y los páramos,
Las cumbre, los yungas, los abismos, las minas, los azufres, las cangaguas.
Regreso desde los cerros, donde moríamos,
a la luz del frío. Desde los ríos, donde moríamos en cuadrillas.
Desde las minas, donde moríamos en rosarios.
Desde la Muerte, donde moríamos en grano.
Regreso.
Regresamos! Pachacámac!
Yo soy Juan Atampam! Yo, tam!
Yo soy Marcos Guamán! Yo, tam!
Yo soy Roque Jadán! Yo tam!
Comaguara, soy. Gualanlema, Quilaquilago, Caxicondor,
Pumacuri, Tomayco, Chuquitaype, Guartatana, Duchinachay, Dumbay,
Somos, Seremos, Soy!
Durante las décadas de los 60s, 70s y 80s en diferentes escenarios poemas como el que este mes de Setiembre recuperamos para la memoria fueron llevados al teatro, a la danza, a la combinación brechtiana de unas y otras encendidas por la poética auténticamente popular que convoca, que clama por una necesaria aunque a veces parezca no pródiga, aún, la perspectiva real de su proyección libertaria.
Pero de esta poética que durante la década podrida del más audaz lumpen empotrado en Carondelet para complementar su corporativo control de las instituciones estatales logró temporalmente estancar su creatividad emancipadora popular desde el Ministerio de Cultura en el campo de la cultura artística; de esta poética así como del gran oleaje de la literatura de los años 30s; de los Tzánsicos; del Centro de Arte Nacional liderado por los creadores de arte liberador como Rafael Larrea con su /Yo quemé la choza/ Maté al caballo/ Yo soy el dueño y señor de esta orquídea/ que recupera la gran figura libertaria de Rumiñahui; y junto a Rafael Larrea, Alfonso Murriagui, Alfonso Chávez, Armando Coronel, hemos de resurgitar con mayor fuerza y dinamia enfrentando ahora la propuesta mercantilista colombiana promovida por el ultraderechista Presidente de Colombia, Iván Duque, de la Economía Naranja, que, imbricada al neoliberalismo privatizador que pretende, además, echar abajo los derechos de los trabajadores con reformas anti-obreras en la Asamblea, promueve, con la ya decantada y anti clasista tesis del Arte Para Todos, es decir, para opresores y oprimidos, en oposición a un arte para los trabajadores con una paraplejia moral y política propia de los preñados y paridos por la década correista, el actual Ministro de Cultura, Fernando Velasco, cumpliendo las órdenes que para la cultura artística neoliberal, alienante y antipopular le ha dado el actual Presidente Moreno.
Por eso la recreación y recuperación de los signos libertarios que animaron a escribir al gran poeta César Dávila Andrade el sangrante, doliente pero libertario poema Boletín y Elegía de las Mitas nos convoca a persistir en el rumbo de la creación artística y literaria que nos han dejado estos insignes y formidables creadores artísticos populares y emancipadores.
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