El taller literario no es una oficina de fakires

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El taller literario no es una oficina de fakires
(cuarenta años después…)

El texto no se realiza sin su devorador; es decir, sin aquel que consume con ansias el objeto de goce estético, que percibe con placer el producto terminado y se siente propenso a la euforia o al optimismo, a la tranquilidad o a la revuelta. Mas ¿dónde encontrar al devorador del texto? En una librería, en una plaza, debajo de las cobijas o aquí en estas cuatro paredes …Entonces la revista, el afiche, el mural, el recital, el foro, la plaza, son instrumentos alternativos de consumo literario al solemne y dificultoso procedimiento de publicar un libro…

El provocador de los textos se convierte entonces en un vigilante del devoramiento de su obra, en vez de un ermitaño en su dormitorio o el líder de un grupo de ratones de cafetín… Buscar los vasos comunicantes para la joven literatura del país es tarea de provocadores y devoradores por igual…

Taller de Literatura matapiOjO
Periódico El Escarabajo Utópico
Quito, 1985

Han pasado casi 40 años desde la publicación de este texto por parte del Taller de Literatura matapiOjO en su insectívoro periódico El Escarabajo Utópico, pero resuena con tanta actualidad pues hasta hoy, los escritores jóvenes, semi-veteranos y veteranos, no parecen ponerse de acuerdo en el significado y el mejor método y utilidad de un taller literario. ¿Qué importancia tienen los talleres literarios en un país de cultura ancestral, memorioso y mega-diverso, convertido hoy en comarca global de una patriótica minoría con serias pretensiones de convertirnos en el mediano plazo, en una suerte de «estado anexo» o en protectorado…

El matapiOjO en los años 80, tuvo como utópica propuesta el «socializar los medios de producción literaria», en el marco de las acciones que en esa época desarrollaron varios grupos de artistas populares en América Latina, en los campos de la pintura, el teatro, la música y la literatura. La noción de «socializar los medios de producción artística» la había caracterizado Néstor García Canclini en su obra Arte popular y sociedad en América Latina (1982).

En literatura, algunas experiencias innovadoras se habían realizado en Latinoamérica desde los años 60, pero sobretodo en el proceso de difusión y comunicación de la obra literaria, bajo nuevos criterios estéticos y sociales surgidos de los procesos de liberación y algunos bajo el faro de la revolución cubana, entre otras: El corno emplumado en México, El Nadaísmo en Colombia, El techo de la ballena en Venezuela, los Tzántzicos, El Sicoseo, La Pedrada Zurda, en Ecuador, entre otros.

En los 80, en plena revolución sandinista, Ernesto Cardenal y otros poetas experimentaron con la creación de talleres literarios en diferentes sectores sociales y generacionales: indígenas, niños, el ejército y la policía sandinista, campesinos, obreros, estudiantes, reclusos, adultos mayores, etc. En todas estas acciones lo novedoso constituía que el rol del escritor se ampliaba más allá de «sacar la poesía a las plazas y fábricas a sacar al escritor de su urna de cristal» (al decir del matapiOjO Pablo Yépez Maldonado), para que compartiera sus técnicas y procesos de creación «con la gente común y corriente»…

Así, hasta fines de los años 80, el matapiOjO y quienes asumimos aquella necia pero bella utopía, desarrollamos varios talleres de creación literaria, entre diversos grupos especialmente de jóvenes colegiales y universitarios, interesándonos luego en la creación de una red de Talleres Literarios con otros talleres que a la época funcionaban en Quito y en el país: La Mosca Zumba, La Pequeña Lulupa, La Pedrada Zurda, Pablo Palacio, Contextos, Balapalabra, Joaquín Gallegos Lara, Sacapuntas, Bodoquera, etc., propuesta que como es natural nunca funcionó, más aún en aquella época difícil: la década perdida para algunos o la del desencanto para algunos «desencantados» y «desencontrados»; década en la que, sin embargo, y muy a pesar de aquella «generación lamentosa» otra generación de jóvenes fue torturada y/o asesinada por la más rancia oligarquía de este país, circunstancia que no escapó a la cotidianeidad de los Talleres Literarios con la desaparición de nuestros hermanos Gustavo Garzón Guzmán y Marco Núñez Duque de Mosca Zumba y matapiOjO.

Resignificando nuestras letras rebeldes

¿Qué nos dejaron los 80? el ocaso de los talleres y las tribus literarias, pero también el impacto de la metodología del taller sobre la literatura ecuatoriana; una eclosión de publicaciones que se consumieron al paso; la transfiguración de la poesía social al escepticismo individualista y una cómoda «teoría del desencanto» y del «desencuentro», usado por algunos escritores desencantados como mensaje de autopromoción y de marketing social para arribar a cómodos y lucrativos sillones.

Si podemos decir -con un orgullo digno de Guinnes- que el Ecuador ocupa los primeros lugares tanto en corrupción cuanto en la matanza de proyectos culturales y cementerio de libros y revistas culturales, cuál la posibilidad de soñar por escrito, cuando ahora nuevas tribus de migrantes, ecologistas, maestros, estudiantes, homosexuales, trabajadoras sexuales, campesinos, indígenas, «jubilados» y «jubiladas», ya no persiguen «tomar por asalto el poder», sino reivindicar su común derecho a la cotidianeidad; al solo poder de crear y recrear su entorno vital, de usar su imaginación para sobrevivir al hambre, violencia, pobreza, inseguridad: paradojas tan inmediatas y ciertas en plena Aldea Global… Tal entonces la necesidad de conservar, desarrollar y diversificar el Taller Literario como metodología de creación, crítica y difusión, como instrumento de apropiación y goce individual y colectivo de aquella capacidad de «soñar por escrito».

¿Sirvió de algo «militar» en un taller literario?

El derrumbamiento de las viejas teorías utilizadas como principio de análisis en todos los campos, incluyendo el literario también ayudó un día a plantear el proceso de creación literaria en colectivo con ese invento utópico y práctico llamado «taller literario», para algunos «fábrica de escritores», «oficina de faquires» para otros y en ocasiones, gélido laboratorio de iniciados…

Mas paradójicamente, el concepto de aprender a escribir en la comunidad de un taller literario, encuentra una correspondencia en la tradición andina; con nuestros mitos y legados espirituales, en donde el TODO, se encuentra en las PARTES y el microcosmos reproduce el macrocosmos; y donde todo lo infinito se reproduce de los pequeños seres que forman también parte de esa gran totalidad de la que nos hablaran nuestras ancestrales tradiciones.

Del mismo modo que las olas, que aparentemente separadas unas de otras son también el mar, la visión holística de escribir en un taller es, en todo sentido, tremendamente creativa y poética: es utópica y ucrónica «sin lugar» y «sin tiempo»; tan similar a lo que quienes fungimos de escritores hacemos cotidianamente para crear un texto, carente de lugar definido, de propósito material y comercial aparente.

***

En este ahora del escritor actual, en este tiempo veloz, vertiginoso, caótico, virtual, donde se acabará pronto la noción de la literatura tal como ahora la entendemos y por lo tanto los seudo privilegios de escritor oficial y su pretendido e inalcanzable «canon», útil solo para él y su lambiscona corte; hoy cuando algunos nuevos y viejos anarquistas prefieren encontrar en el internet en el cyberespacio y el hipertexto, esa suerte de Biblioteca de Babel electrónica la tela de araña en la cual enredar los bucles y el bigote del otrora escritor maldito y sus cómodos mitos y ritos de solitaria inspiración, una noción siempre nueva, progresista y diversa del taller literario aun nos hace falta…

En los ochenta el matapiOjO, se planteó una misión utópica «socializar los medios de producción literaria», captar para el escritor las instancias de creación, difusión y consumo de la literatura, promover su responsabilidad de compartir con el lector su obra: aquella fue su utopía imaginante. Era una época en que la noción de literatura y acción política eran parte de un continuum, de una utopía de transformación, de la literatura como práctica ético-estética del ser humano. Su inútil ciencia era ser el soporte de una actitud solidaria y optimista del creador; época de sueños y utopías que casi en nada se parece a la actual: migratoria, global y espesa, escéptica y desencantada.

Entonces, los talleres literarios parecían ser «armas cargadas de futuro», que por desgracia, o por ciclo vital, se encasquillaron. Fueron inventos, maquinitas autogobernadas creadas por tribus o por gurús y a veces por sectas político-literarias dispersas; casi nunca fueron tejidas con hilos transversales; se consumieron un buen día en su propio fuego o fueron cual la Ouroboros: serpientes que se mordieron la cola hasta esfumarse.

Hacer del taller literario futuro, una necesidad de querer o de que nos quieran a través del encuentro lúdico, actitud siempre de encanto, de socialización de las técnicas de creación literaria y avance en la configuración de una literatura fresca que afiance futuros premios Nóbel para el Ecuador, tanto como campeonatos mundiales de fútbol o medallas de oro en atletismo y más que aquello, demostrar que estas tierras ecuatoriales constituyen mucho más que una «línea imaginaria» que debe sobrevivir como Nación diversa y como cultura; donde la necesidad de comunicación puede seguir siendo ejercida y recreada en familia, en la escuela, en el colegio, o en la universidad, en una suerte de amor grupal; hacer del taller literario necesidad erótica y placer de gustar y degustar de la literatura como arma ética y estética del ser humano para soñar por escrito y en especial para imaginar un mundo mucho mejor que el actual.

Diego Velasco Andrade
Kitu milenario, noviembre 15, 2022

(Edición de un texto escrito en 2002)

Colofón

Esta edición facsimilar se imprimió en Quito en noviembre del 2022, con motivo del Centenario de la Masacre Obrera del 15 de noviembre de 1922, y los 40 años de MatapiOjO. Constituye el «abrebocas» de una saga de resignificación histórica-literaria del legendario matapiOjO, a través de ensayos, antologías y diversas compilaciones de las publicaciones colectivas y de autor de los años 80.

Créditos

Facsimilar Matapiojo 1
Edición: Diego Velasco Andrade y Ximena Flores Venegas / Efecto Alquimia.

1ª edición: septiembre 1985
1ª edición fascimilar: noviembre 2022

Impreso en Quito – Ecuador

Diego Velasco Andrade
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