Entre la humedad, el moho y el olvido, desechados hasta los más recónditos rincones de la sociedad, arrumados en bibliotecas apolilladas o en cajones de desperdicios, así se hallan los libros. Ellos, quienes son poseedores del secreto del éxito, y que guardan en sus páginas la magia de la superación, son ahora parte de la ingratitud de la sociedad, del discrimen de los pueblos, muy a pesar que el mundo no hubiese sido como lo es ahora sin su presencia.
Ellos fueron los portadores de la sabiduría que instruyó e inspiró los más grandes adelantos del ser humano, mismos que ahora, paradójicamente, los han suplantado en la cotidianidad de las personas, hasta llegar a recluirlo en el vilipendio más ignominioso jamás pensado.
Ecuador es uno de los países que menos lee, se estima que en promedio un ecuatoriano lee ¡MEDIO LIBRO POR AÑO! Una cifra espantosa, sobre todo si se toma en cuenta que otros países como Argentina y Chile tienen un promedio de más de 5 libros en el mismo periodo de tiempo. Hay que mencionar que el 27 % de personas en el país acepta, y en eso por lo menos son honestos, el no gustarle, ni un ápice, los libros. Del resto que queda, es decir el 73 %, la mayoría lee sólo por razones académicas, y hay un minúsculo porcentaje que lee por placer o autodeterminación, pero de ellos, su gran mayoría, son lectores de libros religiosos y de autoayuda, que no está mal en hacerlo, sino que su lectura se dirige hacia una sola línea de pensamiento, que no es recomendable para el objetivo de diversificar el acervo, el cual es la meta primordial de la lectura en sí.
Las bibliotecas, antaño, fueron receptoras de jóvenes sedientos de saber, quienes estaban obligados a pasarse toda una tarde recorriendo textos, comparando fuentes, haciendo anotaciones, en fin. Mas hoy, ellas se hallan camino a ser declarados desiertos oficiales, con esporádicos aventureros que los visitan muy de vez en cuando, a tal punto que las bibliotecarias deben hacer cualquier actividad, incluso ajena a su oficio, para devengar su sueldo.
Esta terrible situación va acrecentando el problema de una forma tan acelerada, que no se ve otra salida que apoyar a que nuevas generaciones amen la lectura, a pesar que ya hay ciertos programas que intentan hacer algo, pero todo parece insuficiente. ¿Será acaso que en lugar de enseñar a amar al libro, sería más preciso el enseñar a los niños a no odiarlo? ¿Posiblemente la situación de fondo tenga otro matiz que sería bueno develar? Este tema apenas empieza…
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