Las elecciones del Ecuador dejan ver algunos aspectos de interés para América Latina. El primero al que hay que hacer mención es que las fuerzas claramente neoliberales, encabezadas por el banquero Lasso y el Partido Social Cristino, han sido claramente derrotadas. Hasta el momento, su candidatura presidencial y otras afines no suman el 22% y han perdido en su principal plaza, que es la provincia del Guayas y otras de la Costa, en las que le reemplaza el correísmo. En Pichincha, donde se encuentra la capital del país, y la única en la que aparecen primeros, el voto de Lasso cae en un 6% en relación con el voto del mismo candidato en 2017.
Es el resultado de cuatro años de gobierno frontalmente neoliberal, además de incapaz y continuador del mundo de corrupción del gobierno anterior. Que este gobierno, el de Moreno, haya nacido del correísmo y esté rodeado de quienes fueron altos representantes de esa tienda política, demuestra que antes que una posición ideológica existió un oportunismo rodeado, en varios casos, de expresiones de izquierda.
Pero hay una historia que se recupera en la derrota de los neoliberales. Ecuador fue un puntal en la resistencia a esas políticas al grado que algún momento más del 70% de la población de oponía al TLC con Estados Unidos, se planteó la construcción del estado plurinacional, se frenó la privatización de la seguridad social (incluso con plebiscito), se impidió la privatización de la salud y la educación y se demandaba una auditoría de la deuda externa. Luego aparecería Lucio Gutiérrez a ganar las elecciones presidenciales tomando esas propuestas sociales que las traicionó en menos de seis meses y el “outsider” de Rafael Correa, que con ese apoyo social y programa iniciaría su primer gobierno, pero que se encaminaría en la derechización tras la aprobación de la nueva Constitución.
Los indígenas, pueblos y trabajadores del Ecuador llevaron adelante el levantamiento de octubre de 2019 contra las imposiciones del Fondo Monetario. De manera colectiva construyeron una propuesta política unitaria y actualizada llamada Minga por la Vida y dieron paso a nuevos procesos unitarios.
De allí surge una segunda lección. Los pueblos no están condenados a ciclos neoliberales y ciclos “progresistas”. La candidatura de Yaku Pérez se presenta como la continuación de Octubre, con las complejidades que aquello significa en un movimiento tan amplio, que ya entonces se expreso en la consigna: “Ni el FMI, ni Correa. Solo el pueblo salva al pueblo”.
No se puede dejar pasar que la consulta popular en el cantón Cuenca, en cinco preguntas y por más de 80% de los votos, se expresó por la protección de las zonas de recarga hídrica y en contra de la continuidad de las exploraciones mineras que las ponen en riesgo. Las transnacionales pierden ante la una respuesta social, urbana y rural, que coincide con los planteamientos de Pérez.
Por donde se quiera ver, acá hay un avance en la conciencia social de los sectores indígenas, laborales, empobrecidos, mujeres y ecologistas que construyen su propio camino y que, entre otras cosas, rechazan el mesianismo del pretendido líder insustituible. Yaku Pérez se presenta en estas condiciones como un luchador experimentado tras muchos años de accionar comunitario y político, salido de una familia que conoce la pobreza y con capacidad de representar a ese bloque popular y de izquierda cuya presencia aumenta.
El correísmo decrece
Ciertamente el correísmo, con Corea como candidato en la sombra y Andrés Arauz como el exponente, logra el primer lugar en la elección presidencial. Pero su votación va en descenso. Con el 98,71% de actas escrutadas, alcanza el 32,07% de los votos, muy por debajo de más de 39% que lograron con Lenin Moreno, y peor si se considera su meta del 40% para intentar ganar en una sola vuelta. En Pichincha, lograrían un 22,56%, casi 15 puntos por debajo de 2017 y decrece en la mayoría de las provincias, con excepción de pocas de la Costa.
Por otra parte, en las regiones también decrece. Lograrían ser primera fuerza apenas en 8 provincias de las 24 existentes, todas de la Costa más una de la Sierra. Su expresión como fuerza nacional se va, cada vez más, reduciendo a un partido regional. Esto no evitaría, por hoy, que tengan el bloque legislativo más grande, pero sin superar la mitad más uno en la Asamblea, como sucedió en procesos anteriores.
El “progresismo” etnocentrista y extractivista
Diferenciar lo que se dice y lo que se hace es fundamental para valorar a una persona y a una fuerza política. Es tan lamentable como explicable, que algunos “progresistas” ahora enfilen todos sus ataques al candidato de los indígenas, los trabajadores y las izquierdas (basta ver que organizaciones apoyan a Yaku Pérez para poder darle ese calificativo).
Desde distintos ángulos, con racismo disimulado “progresistas” y neoliberales, pretenden negar que Yaku sea indígena, cuando ese es un asunto de autoindentificación y, en este caso, que corresponde a su vida familiar y social. Dicen que no lo es porque tiene apellido español, como si no supieran que esos apellidos y los nombres fueron impuestos en los bautismos coloniales; como si no supieran que se prohibía en el registro civil el uso de nombres indígenas; y, como si no supieran que un apellido no determina la etnia a la que se pertenece la persona. Los europeos que están usando esos argumentos, no los mencionarían en sus propios países porque serían motivo de risotadas.
Pretenden que no son verdaderos dirigentes indígenas quienes le respaldan, negando la realidad de las organizaciones que han sido ejemplo en América Latina, que realizaron grandes levantamientos por la justicia social, que llevaron propuestas de avanzada que se encuentran hoy en el texto constitucional, aunque no en la realidad de su deseada aplicación. ¿Con qué derecho, para defender otra candidatura, pretenden tener el derecho de decidir quién es indígena y cuál su organización? Esta es otra demostración de pensamiento colonial en quienes hablan contra el mismo.
Luego, vienen mentiras como que Yaku Pérez salió de la nada, que no tiene historia de lucha. Para ello deben ocultar su accionar por decenas de años, la represión sufrida en carne propia, el combate permanente por el agua y contra las transnacionales mineras, sus escritos a favor de los derechos colectivos. Pero sus compañeros saben la verdad y esta pesa más.
Por último, entonces sale el argumento político: que apoyó la candidatura del banquero en la ocasión anterior y se opuso a la candidatura del Lenin Moreno, entonces ungido por Correa. Pero votar por el correísmo, en ese momento, para las organizaciones sociales era besar el látigo castigador. Porque había más de 200 acusados por el gobierno como terroristas, todos dirigentes indígenas y populares y ningún banquero; porque Correa amenazó a los estudiantes que protestaban con quitarles el derecho a la educación y varios reprimidos pusieron juicios por tortura; porque su control del aparato de justicia le permitió tener presos a dirigentes en francos casos de violación de derechos, como en el pueblo Saraguro, Shuar, los tres de Cotopaxi y los diez de Luluncoto (sin exagerar, detenidos porque quisieron realizar actos terroristas y la prueba era que estaban reunidos, aunque no tenían armas ni nada que indicara aquello); porque, ante falta de argumentos, insultaba en poderosos medios de comunicación a los sectores populares (usando el Kichwa, calificaba a Yaku Pérez de “cara de nalga”); porque atacaba y ataca los derechos de las mujeres (el cinco de febrero expresaría en Radio Pichincha una vez más su oposición al derecho del aborto: “Por ejemplo, Yaku Pérez es el que te dice que está de acuerdo con el aborto hasta los tres o cuatro meses como en Holanda, Francia, sin ningún requisito. No es aborto por violación. Es aborto por hedonismo. Me quedé encinta porque me dediqué a una actividad frenética sexual; entonces a los tres, cuatro meses puedo quitarme el hijo sin ningún requisito”).
Entonces, no se trataba de un voto a favor del banquero, era un voto para sacudirse de la bota en el cuello, era un voto de oposición al correísmo. Y eso era también un voto contra el neoliberalismo que ya era línea disimulada en ese gobierno. Y para ello, basta decir que los banqueros lograron las mayores ganancias históricas en sus últimos años, que retornó el FMI o que Correa resumiría así su nexo con las políticas neoliberales: “Estamos haciendo mejor las cosas con el mismo modelo de acumulación, antes que cambiarlo, porque no es nuestro deseo perjudicar a los ricos, pero sí es nuestra intención tener una sociedad más justa y equitativa” («El desafío de Rafael Correa», en El Telégrafo, 15 de enero del 2012).
Con esa línea, su extractivismo y apoyo a las transnacionales mineras se convirtió en permanente. No es casualidad que sean los indígenas los más afectados del colonialismo minero, que la Ley de Minería haya sido ajustada expresamente para apoyar esa actividad y que la represión, o que Correa haya condenado que “todo el que se opone al desarrollo del país es un terrorista” (1 de diciembre de 2007).
Segunda vuelta: la lucha por un programa popular propio
El progresismo continental debe acercarse a análisis sustentados para comprender lo que pasa en Ecuador. En el voto por el correísmo, por supuesto hay un sector importante de quienes están contra el neoliberalismo, pero distinto es el accionar de su líder, más difundido por mecanismos de publicidad que por los hechos que evidencias la verdad.
Si la segunda vuelta es entre Arauz, que ya no tiene mucho para crecer, y Yaku Pérez, cuyo crecimiento negado por los medios y las encuestadoras es posible en amplitud, lo que estará de fondo es una continuidad del correísmo extractivista y represivo o la elección de una alternativa popular salida de las entrañas de los pueblos y las organizaciones sociales.
La Minka por la Vida, las propuestas del plan de gobierno de Yaku, representan la posibilidad de algo nuevo, empapado en pueblo y su historia. Por ello asusta a quienes, de una u otra forma, han gobernado sin cambiar el modelo de acumulación, porque “no quieren afectar a los ricos”. Yaku Pérez, Pachakutik y las fuerzas aliadas, entre las que están partidos de izquierda como Unidad Popular y otras, se convierten además en la segunda fuerza política parlamentaria, en la primera fuerza social que llevó adelante el levantamiento de abril y en el sector más organizado a nivel de las bases sociales. Todo ello es de mucha importancia en perspectiva futura.
Con Pérez están las organizaciones que nunca frenaron su lucha contra el neoliberalismo y a favor de los derechos, que han sido perseguidas y atacadas por la derecha y el correísmo. Están las organizaciones indígenas perseguidas por antiextractivistas a las cuales Correa quiso quitarles incluso su casa en Quito; los maestros de la UNE cuya organización fue ilegalizada pero nunca suspendió su accionar; campesinos, especialmente los opuestos a los beneficios a la agroindustria y el uso de más agroquímicos; las organizaciones de obreros y trabajadores, encabezadas por el FUT; los estudiantes universitarios y secundarios; las mayores organizaciones ecologistas que recuerdan la persecución a Pachamama y Acción Ecológica; los comerciantes minoristas reprimidos por “afear” la ciudad; entre otras que, a todas luces, recuperan y acrecientan su fuerza.
Es curioso que el banquero Lasso y Correa coincidan en criticar las informaciones del Consejo Nacional Electoral, ambos anunciando que el banquero irá a la segunda vuelta y quedará fuera Yaku Pérez. Esto, porque como hemos dicho, las posibilidades de crecimiento de Pérez serán definitorias y el 11 de abril, la más fresca de las opciones podrá hacerse vigente en el país.
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