El 8 de septiembre se conmemora el día del periodista, el origen de esta fecha obedece a dos hechos históricos: la realización del primer congreso de periodistas celebrado en Córdova, Argentina, en 1938. Mientras que el segundo, se da dentro del contexto de la Segunda Guerra Mundial, donde surge la figura de Julius Fucik, un periodista checoslovaco, que fue apresado, torturado y asesinado por el nazismo. La militancia comunista de Fucik incomodó a los grupos fascistas de aquella época, por lo que fue encarcelado en varias ocasiones; hasta que en 1942 fue apresado de forma definitiva por la Gestapo y luego de casi un año de torturas fue finalmente asesinado el 8 de septiembre de 1943.
En su obra, Reportaje al pie de la horca, Fucik relata su vida en la prisión, así como los episodios de brutal tortura física y psicológica a los que fue sometido. En una de estas páginas se lee: “Llorad un momento, si creéis que las lágrimas borrarán el triste torbellino de la pena, pero no os lamentéis. He vivido para la alegría y por la alegría muero. Agravio e injusticia sería colocar sobre mi tumba un ángel de tristeza”. A lo largo de esta obra, se percibe la dignidad de un hombre valiente, comprometido, solidario, que creyó y luchó por la dignidad de los pueblos, desde su trabajo con las letras como parte de su labor periodística.
Es preciso rescatar el legado de Julius Fucik en la actualidad y específicamente dentro del contexto ecuatoriano, donde los medios de comunicación tradicionales, al ser un grupo de poder con un alto grado de difusión, direccionan el pensamiento de las masas a su favor a través de un discurso polarizado. Los periodistas se han vuelto funcionales a un sistema donde las viejas y nuevas plutocracias buscan someter a través del miedo y de la manipulación de la información, valiéndose de una narrativa que apela a la indiferencia, que agrede a la reflexión y a la sensibilidad. La comunicación periodística en la actualidad enmascara a los grupos de poder a través de una narrativa conciliadora heredera de la autoayuda, que esconde graves falencias sociales, de las cuales irónicamente, resultan culpables los mismos desfavorecidos. Los medios tradicionales se han convertido en lacayos del poder, no denuncian sus abusos en una época de decadencia, donde han surgido nuevas formas de sometimiento que se hacen tangibles a través del uso del lenguaje.
La labor del periodista dista en la actualidad del análisis, de la reflexión, del compromiso. Se ha visto degradada al espectáculo, a la palabra trivial, a la inmediatez, al discurso de odio. La noticia se ha convertido en un estímulo que deshumaniza. Día a día se experimentan niveles de violencia que se van tomando de forma escalonada diferentes escenarios. Se pasó de la violencia deshumanizada en las cárceles hasta la guerra en las calles, donde el rol de la prensa se limitó a ser un eco del gobierno con la explicación de “ajustes de cuentas entre bandas” o “disputa por territorio”. El escenario de violencia se trasladó luego al secuestro y al asesinato de políticos de diferentes tendencias, otro hecho que en principio causó remezón en la población, pero luego, aparentemente, se lo ha normalizado. En esta escala de violencia el más reciente alude a coches bomba o explosivos. Frente a estos acontecimientos, la narrativa periodística se detiene en la inmediatez de la información, donde los escenarios se resumen a un espacio de seres humanos descartables. La investigación periodística tradicional no profundiza, se limita a mostrar hechos que nos vuelven más fríos, que nos han llevado a normalizar la violencia, a pensar en la información como un espacio que exacerba la guerra urbana, que nos ha acostumbrado a vivir con la muerte.
En medio de este escenario, que en parte obedece al relato construido por los medios de comunicación, ha habido periodistas orillados al autoexilio, unos porque ya no les resultan funcionales al poder que ayudaron a sostener y otros por pertenecer a medios de comunicación alternativos que debido a sus investigaciones han incomodado al poder.
En la actualidad se vuelven indispensables los periodistas que incomoden al poder, que pongan en evidencia las estrategias que emplea el capitalismo carismático, del que teoriza Nicole Biggart,que nos ha abocado a vivir en función del estímulo hacia lo novedoso. Los comunicadores en la actualidad, lejos de esta aspiración, que debería ser uno de los ejes de su labor, son conscientes de que el miedo y la ira venden, por lo que aíslan al análisis y la reflexión y dan espacio a lo que resulta más rentable para los grupos de poder, lo que les lleva a reafirmar los privilegios de clase. Es necesario, entonces, recuperar referentes del periodismo que motiven a la reflexión dentro de espacios cotidianos, donde los asesinatos o muertes de niños como víctimas colaterales de esta ola de violencia, no sean asumidos como hechos normales que se olvidan en unas horas y que se mantenga la expectativa por otro hecho violento que reemplace al anterior. Es necesario, también recuperar la alegría comprometida con el cambio, la alegría como una forma de resistencia y no permitir, como decía Julius Fucik que “La tristeza no vaya unida a nuestro nombre”.
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