Mis primeros pasos en la Amazonía ecuatoriana los di hace más de 27 años, en las visitas que realizaba a mi padre en la petrolera Schlumberger. Ese ir y venir me permitió familiarizarme con el oriente ecuatoriano y la actividad petrolera que allí se desarrollaba. Tuvieron que pasar varios años para poder entender la importancia del bosque amazónico, desde el punto de vista ecológico, social y aún económico.
Pero en verdad reconocer la maravilla del bosque húmedo surgió tras mis primera visita al Cuyabeno, cercano a los campos petroleros que había visitado en mi infancia. Muy diferentes fueron las travesías de hace 27 años por vías estrechas; a bordo de una Putumayo, al filo del abismo, se recorria para poder conocer el oriente. En ese mismo escenario, ahora transitaba por vías pavimentadas y con dos carriles, hay que anotarlo.
En realidad la aventura hacia el Cuyabeno empieza en Quito, desde conseguir el paquete que nos permita ingresar a la Reserva, trámites con el bus, el lodge que nos acogerá y todo lo referente a la logística, pasos que son indispensables.
En sí, a la travesía inicial podríamos llamarla Quito – Lago Agrio, recorrido que dura cerca de 10 horas, tomando en cuenta las diferentes paradas para disfrutas la belleza del paisaje. Pernoctar en la capital de la provincia de Sucumbios es obligatorio para salir en las primeras horas de la mañana y aprovechar el recorrido en la Reserva.
Son muchos los secretos y enigmas que esconde la selva ecuatoriana, cualquier citadino que se encuentre por estos lares se verá afectado por la elevada humedad de la zona, las lluvias y lloviznas esporádicas, así como un sol esplendoroso, que puede convertirse en canicular. También se desatan ciertos miedo o fobias a “bichos”, claro miedos sentidos por el o la citadina común. Para la personas relacionadas con actividades biológicas, en cambio, es un laboratorio natural con grandes posibilidades por aprovechar.
Para acceder a la Reserva de Producción Faunística Cuyabeno tenemos que recorrer cerca de una hora y media desde Lago Agrio y llegar al conocido puente del Cuyabeno vía Tarapoa; este es el sitio en el cual las canoas parten para el recorrido por el río del mismo nombre.
El cambio del “progreso” que brinda el petróleo con la magia de la naturaleza es inmediato. La sola sensación de embarcarse en la canoa genera los primeros temores de cualquier novel visitante, ¿será que se vira? , duda despejada por el guía que necesariamente tiene que acompañar a los visitantes. El recorrido pausado río abajo permite apreciar la majestuosidad de la naturaleza y las primeras en darnos la bienvenida con sus espléndidas alas color turquesa son las mariposas morpho. Luego les siguen una familia de monos capuchinos, posteriormente los “bebeleches”, y en lo alto del bosque un perezoso.
El silencio que rodeaba a la canoa luego de zarpar se rompe con la presencia de distintas especies que por suerte se pueden observar. El recorrido continúa entre las sinuosidades del río, son cerca de 2 horas las que tenemos que navegar hasta llegar a la Laguna Grande, ícono de la reserva del Cuyabeno. La tranquilidad que volvió a la canoa nuevamente se ve rota, esta vez con una mezcla de asombro y miedo, y cómo no tenerlo si a la rivera del río encontramos una anaconda dormida, seguramente luego de un banquete, encuentro afortunado que nos permite hacer unas fotos, entre la fascinación del grupo.
En el recorrido nos recibe la lluvia, que por la velocidad de la canoa y la fuerza del viento se parece algo a una granizada de la serranía ecuatoriana, inmediatamente los impermeables se hacen necesarios y bajar la cabeza esta vez es una obligación. La fuerza de aquella lluvia obligó a bajar la velocidad del motor de la canoa y provocó que se inundara, obligando al motorista a evacuar el agua a punta de balde.
Cerca de llegar a la laguna, la lluvia amaina y a su vez el cielo se despeja y permite disfrutar del paisaje. Esa fusión entre un cielo azulado y el verde del bosque acrecientan la belleza de la Laguna Grande, formada principalmente en las épocas de lluvia que provoca el embalse. Es increíble pensar que en épocas secas los visitantes pudiesen caminar por donde ahora nosotros navegamos.
Mientras recorremos la laguna el guía nos informa de las especies de caimanes en sus aguas; como siempre, el temor está presente en el aire aunque atenuado por la hermosura del entorno. Nos posamos en la mitad de la laguna, y con la primera invitación del guía a nadar; luego de enterarnos que existen caimanes, los voluntarios desaparecieron, todos ellos, excepto este servidor, que tuvo que ser el ejemplo en su calidad de guía-profesor, no hubo opción y ¡al agua!
La idea de que un caimán esté por debajo del sitio de nado era descabellada, pero se acentuó cuando sentí un “algo” en mis pies, que para suerte solo eran unas ramas del bosque inundado, conocido como igapó. Luego de confirmar que no había peligro para este voluntario, se animan más visitantes a ingresar al agua y ya no me siento la única carnada.
Disfrutamos por unos minutos del agua y luego seguimos nuestra ruta hasta el lodge en el cual nos alojaríamos. A pesar de que en la zona circundante hay sitios para alojarse, nosotros escogimos uno que se encuentra a 3 horas de navegación, ya pueden imaginarse el estar sentado por tanto tiempo, con la única parada donde Mama Aurora sitio donde paramos para el almuerzo.
Llegada la tarde arribamos al logde para la respectiva acomodación en las “cabañas”, que muestran una mezcla de estilo rústico pero tienen todas las comodidades necesarias, además de luz generada por energía solar, hasta que la batería lo permita. Cada grupo fue ubicado en su respectiva cabaña y tenía su propio anfitrión. Las más afortunadas estaban con tarántulas y las menos con ranitas. El ser más o menos afortunado dependía de los gritos de cada huésped.
Acomodados y luego del necesario descanso, estamos listos para la cena; quizá se imaginaban un menú con especies de la zona, pero el plato estaba preparado con especies de la serranía, para alivio de muchos y decepción de unos pocos. Quizá para compensar esa desilusión, una boa se posó sobre el techo de lo que vendría a ser el restaurante, así que las miradas se alejaron del plato y se concentraron en el reptil. En cada ruido del suelo, muchos pensaban que era dicha boa que caía sobre alguno de los asustados visitantes. Las sorpresas no pararon en la zona de ingreso que está formada por una pequeña laguna donde también se alojaba un huésped particular, al ser iluminado con las linternas se notaban sus ojos, propios de un caimán de la zona.
La noche, algo bohemia, acompañada de una guitarra y de cervezas (las cuales a pesar de la distancia están presentes y cuyo valor duplica al de las que se encuentran en cualquier bar de Lago Agrio), siempre infaltables como muestra de ecuatorianidad, junto a muchos insectos atraídos por la luz de las linternas y velas, serían las últimas compañeras de esta jornada que fenecía.
El siguiente día empezó muy temprano, para avistar aves. Al regreso estaba listo el desayuno que brindaría las energías necesarias para el recorrido de cerca de 2 horas por los senderos aledaños, en los que según la suerte, dirían algunos, se pueden ver especies animales o vegetales y aprender algo de sus usos artesanales y medicinales.
Por la tarde, se realizó la visita a una de las comunidades de la zona, que está habitada por nacionalidades Siona, Cofán y Secoya; allí se pudo apreciar la elaboración del pan de yuca conocido como casave, y aprovechar el recorrido para pescar pirañas y poder avistar delfines rosados. Al crepúsculo, visitamos una torre de madera con cerca de 25m de alto; sus crujidos a cada peldaño nos recuerdan la fragilidad de la misma y nos permiten observar el dosel o techo del bosque para contemplar el atardecer de increíbles colores.
El recorrido de regreso al lodge permite avistar algunos caimanes, reptiles y serpientes, cuyos ojos les delatan. También permite apreciar la diversidad oculta para el común habitante; son sitios poco valorados, quizá por la distancia y costos que representan o sencillamente porque pensamos que mientras hay más carreteras y más cemento hay más desarrollo…
Esta inolvidable visita permitió apreciar una minúscula muestra de lo que se puede hallar en las 603.380 hectáreas de la Reserva Cuyabeno, misma que se sostiene con el riesgo latente de que este paraíso se contamine por la necesidad de recursos del Estado. Ojalá el tan promocionado cambio de matriz productiva quede en eso, en propaganda, y el modelo extractivista no sea el que sustente el presupuesto y a la vez acabe con los verdaderos tesoros que posee el Ecuador del presente.
En memoria de mi padre Luis Cruz
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