COVID19 y la desnudez del sistema corporativo de educación

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Profesores, sobre todo secundarios, que laboran entre 10 y 16 horas diarias desde sus hogares, fustigando al tiempo para complacer a la familia propia y a la entenada (sus alumnos). Extensas jornadas académicas que incluyen tediosas reuniones de planificación para cumplir con objetivos de aprendizaje armonizados con valores que en la vida real son desechados – en buena medida – por la praxis de quienes sin estupor entremezclan con mirada unidimensional a la filantropía con la solidaridad.

¿Una mano lava a la otra? Posiblemente, porque eso es parte del legado farandulero que a mediano plazo, se convertirá en slogan publicitario para que los negocios educativos capten más clientes.

Súplicas con sabor a llamados de atención. Mensajes de los docentes tratando de razonar con sus estudiantes para que comprendan que – posiblemente – si no se conectan a las clases virtuales, si no cumplen con las asignaciones realizadas, ellos perderán su puesto de trabajo.

¿Clases virtuales de 15 o 20 alumnos en los que se conectan vía internet la mitad o menos? ¿Quién es el culpable? ¿La familia, la televisión, los juegos de video, el internet o las redes sociales? No, para el sistema corporativo de educación, los únicos culpables de todas las desgracias, descalabros y desmotivaciones de los estudiantes, son los docentes. ¡Sin excusas ni reclamos! Esas mismas personas que hasta este mes tuvieron la certeza – en los colegios particulares – de recibir su salario íntegro y de continuar trabajando, pero posiblemente no el mes que viene.

El mundo de la seudoconcreción – como decía Karel Kosik – es el que nos muestra sin mayor complejidad lo que vemos o lo quieren que veamos los demás, sin inmiscuirnos en la realidad concreta. Sin escrudiñar los sedimentos que estructuran estas cadenas modernas de esclavitud, en donde los padres de familia sienten a diario que esos mensajes, que esas reflexiones del docente al verdadero compromiso educativo – y no económico institucional – laceran el autoestima de sus retoños, muchos de ellos convencidos de que “chiquilladas” –como el bullying – a docentes y compañeros son inofensivas por ser “un juego”.

Desde aquella ficción que promulga la bonanza económica y caprichuda en la que desean creer algunos retoños, por obra y gracia de sus padres que deberán seguir pagando – pese a la situación económica del país – las jugosas pensiones de sus hijos. Estos clientes susurran ser co-propietarios del destino del docente e incluso de la institución educativa que los acoge, en unos casos como un centro de hospedaje por el cual transitan sin mayor trascendencia para sus vidas y, en otros –con mucho pesar – como panóptico al cual son arrojados por sus progenitores, quienes “se liberan por unas horas” de uno o varios problemas.

Alfredo Espinosa Rodriguez