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Por: Carina Araujo

Fotos: Internet

“Un oficio solitario y de valientes”

 

Dentro de ese vehículo particular, al que llamamos o extendemos la mano para solicitar su servicio privado, hay mucho más que un asiento y un volante. Está ese personaje especial al que habitualmente nos limitamos a decirle chofer. Algunos son callados, otros no paran de hablar, está el “carero” y el que cobra por caridad, quizá uno que aconseja y nunca falta el que atemoriza hasta el final del viaje. A pesar de sus diferencias, todos comparten un repertorio de anécdotas que nadie puede imaginar.

 

 

El taxi llevaba una hora estacionado al costado izquierdo de la iglesia de la Cdla. La Arcadia en el sur de Quito cuando por fin llegó el turno. Era el mediodía y una muchacha llegó corriendo por detrás del taxi, abrió la puerta trasera y ordenó: “Lléveme a Solanda”.

 

La joven iba recostada a la ventana trasera enviando mensajes de texto, usaba gafas que solo se quitó cuando se sintió observada por el retrovisor. Precipitada y exhausta soltó un comentario.

 

 - Nunca encuentro  taxis y tengo que coger los piratas-expresó, mientras guardaba el celular. Observó  la hora en el reloj de su muñeca izquierda  y sacó algunas monedas de la cartera asentada en sus piernas.

 

El chofer del taxi asintió: – yo hago mi trabajo y estoy para servirle- . El hombre de 46 años, alto, de contextura gruesa,  vestía pantalón de casimir con un saco de rayas grises y negras.

 

-Gracias, cuanto le debo- preguntó la muchacha frente a la respuesta inesperada del chofer. – Son tres dólares, señorita- respondió, Milton Inga, dueño y chofer del taxi, mientras buscaba un espacio para estacionarse.

 

Como dueño del taxi se había recomendado a sí mismo no exceder en los precios de la carrera y cobrar lo justo a cada cliente. Milton asegura que el trabajo de taxista informal es una constante búsqueda de equilibrio entre rentabilidad y seguridad.

 

Milton conduce un auto Nissan, color gris del año 2005. Sobre el retrovisor cuelga un rosario de madera acompañado por un pequeño lagarto vestido de blanco del equipo de sus amores: Liga de Quito. El pequeño letrero con la frase ‘libre’ volvió a ser colocado en el parabrisas principal y continuó  su camino hasta la parada habitual.

 

-He aprendido a ser muy observador, porque cuando trabajas en el taxi aprendes muchas cosas- comenta sin alusiones. Al llegar a su lugar de trabajo, Milton saluda con uno de sus colegas, se estaciona y lee el periódico, mientras espera por alguien que le solicite otra carrera. Empezó a trabajar en su auto hace 3 años para llevar a su casa un dinero extra. Desde las ocho de la mañana, él y su Nissan recorren las avenidas principales del sur de Quito.

 

El sol radiante de las 2 de la tarde anunciaba la hora de almuerzo. Milton dejó estacionado su auto frente al retén policial  y a pasos apresurados entró en un restaurante de comida rápida. Mientras esperaba su pedido, espió su vehículo desde la ventana del local.

 

De regreso al auto, prendió la radio y la sonora canción sobre la ‘historia de un taxi’ de Arjona envolvió el ambiente y los recuerdos de Milton.

 

-Ser taxista es un oficio solitario y para valientes, nos exponemos a muchas cosas entre cuatro puertas que a diario pueden abrir hasta 20 personas que no conocemos- se sincera el conductor. Trabajar en la clandestinidad asegura no es fácil.

 

Nota: El testimonio solicitó no tomar fotos ni a él ni a su auto y pidió usar solo su nombre.

 

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Las Casas Oe3-128 (entre América y Antonio de Ulloa)

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ISSN 1390-6038

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